Hace unos treinta años pasé por una crisis que, por no utilizar una terminología clínica mas truculenta, calificaré de trastorno temporal del ánimo. Lo cierto es que mi memoria guarda de aquella época solo los aspectos mas
divertidos. Como es la memoria, ¿no?.
Así, recuerdo que me compré una guitarra en el Corte Inglés, comencé a componer coplas y a cantarlas por ahí, mayormente a los directores de oficinas bancarias con los que me relacionaba por mi condición de director financiero de una empresa exportadora.
Amplié mi ámbito artístico compartiendo ese impulso folclórico con una familia gitana que habitaba la entonces medio derruida casa de Blasco Ibáñez en la Malvarrosa. Allá que me iba con mi R5 amarillo, estacionaba delante de la casa, sacaba una botella de fino y la guitarra, y enseguida aparecían los palmeros para acompañarme en mi delirio folclórico.
Otra cosa graciosa que recuerdo de aquel tiempo es que se celebraba en aquellos días un referendo para aprobar la constitución de 1.978 y cuando fui a depositar mi voto le dije al interventor que yo quería votar, si, pero. Debí de insistir mucho, porque recuerdo que la prensa de la época publicó entre las noticias de aquel acontecimiento la extravagancia de un elector que era, justamente, la mía.
Ahora, mas de treinta años después, a la vista de lo que ha degenerado aquella democracia, no me parece tan descabellado haber intentado ponerle peros a su constitución fundacional.
Entre coplas y declaraciones de pegas al sufragio, aún me quedaba tiempo para presentarme en la oficina con un poncho
y un báculo, y largar tremendos discursos a los compañeros de trabajo, a los que trataba de abrir los ojos sobre su condición miserable, hasta que uno de los directores de sucursal bancaria a los que obsequié con mis coplas, llamó por teléfono a mi jefe para informarle de que su director financiero mostraba una conducta algo singular en su relación profesional con el banco, lo que determinó una conversación con mi jefe de la que salió, de mutuo acuerdo, la conveniencia de que visitara a un experto en trastornos temporales, a la que siguió un periodo de baja médica de dos meses, antes de mi reincorporación a la firma.
Aquella crisis se repitió alguna vez, aunque con menor intensidad y con el tiempo, los médicos que me atendieron llegaron a la conclusión de que yo era un paciente crónico, es decir, alguien que no empeora, pero que no se cura nunca.
Viene esto a cuento, o no, porque en la página de Opinión de El País, se publica hoy un artículo, 'Nuevos Riesgos', muy relacionado con esto de la cronicidad, pues su entradilla asegura que 'Sin crecimiento, las dudas sobre la deuda pública afectarán a la privada y la crisis se hará crónica'.
(...)
¿Que es esto de que la crisis se hará crónica? La crisis ya es crónica, desde hace varios años, todos los parámetros estadísticos de la economía así lo indican. Es crónica, porque no se cura, es mas grave aún que solo crónica, porque empeora cada día, a diferencia de los pacientes crónicos que presentan una línea estable en la evolución de sus trastornos.
Cuando un paciente diagnosticado como crónico no mejora, pero sigue empeorando, hay una verdad evidente, el tratamiento que se le aplica es equivocado. Un estado de cronicidad estable implica que la crisis no empeore cada día,
sino que se estabilice, algo que en la economía española, de momento, no sucede.
Puedo hablar con conocimiento de causa de todo esto. El carbonato de litio y el trileptal se han revelado, en mi caso, como factores de estabilidad que me han instalado en mi condición de crónico, sin mayores problemas, se acabaron las crisis; mi vida, y mis actividades, desde que se me aplicó este tratamiento anti cíclico, se puede calificar de normal.
El curso de la economía no es tan distinto del curso de la vida individual. Del mismo modo que un individuo está sujeto a crisis, cíclicas o no, la economía también lo está. Al fin y al cabo, la economía, las variables que la miden, son el resultado de las conductas individuales de los mercados, los consumidores o los gobiernos que, sumadas, ofrecen los mismos síntomas de euforia o depresión que el organismo humano, aunque las causas y los remedios no sean los mismos.
Es evidente para cualquiera, economista o no, menos para nuestro gobierno aconsejado por los facultativos germánicos, que las medidas que impone tienen un efecto perverso en la demanda de los consumidores, cada vez mas estrecha, en el volumen de la deuda pública, cada vez mas grande y mas cara, en el comportamiento general de nuestra economía que no crece, sino que decrece, y en lo personal, en los millones de ciudadanos que han visto disminuir sus ingresos, que han perdido su empleo, o su casa y que, siendo trágicas esas vicisitudes personales, cuando, además, se suman,
se convierten en datos que confirman la condición profundamente errónea de la política económica del gobierno de la derecha, que se muestra incapaz, a pesar de la información disponible, de aliviar al paciente con un tratamiento que, al menos, lo estabilice, lo convierta en crónico para que no empeore.
Los discursos del ministro de Hacienda, de Guindos, o de Rajoy, recuerdan, con su insistencia en la cercanía de la superación de la crisis, que cada vez sitúan en una fecha distinta, los lamentables brotes verdes de Zapatero, o
la famosa frase de aquel presidente USA, en tiempos de la gran depresión, 'la prosperidad está a la vuelta de la esquina', mientras los brokers se lanzaban por las ventanas de la Quinta Avenida, solo que ahora los lanzados son
quienes no pueden pagar las hipotecas.
La cronicidad tiene ventajas e inconvenientes. Por un lado, significa el control de la fase mas aguda de la enfermedad, que no desaparece del todo, pero se estabiliza sin poner en peligro la vida del paciente. De otro lado, significa que la alteración que dio lugar a la crisis permanece larvada, pero no desaparece.
Se puede vivir, bien, con la condición de crónico, pero siempre que el tratamiento farmacológico se revele adecuado, y sus efectos secundarios sean bien soportados.
Es imposible salir de una crisis, cuando los remedios aplicados la profundizan en lugar de frenar sus efectos. Eso es exactamente lo que están consiguiendo nuestros representantes elegidos, junto a sus socios germánicos, con sus prácticas contraindicadas para la salud del enfermo.
No se ven signos de que vayan a cambiar, por ahora.
En fin. Crónicos.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 19/04/13.
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