Después de tres días sin aportar nada al innecesario fondo de armario de las entradas del blog, (ayer me reprochó una colega de la clase de Medios que mi última aportación fuera un saludo de solo nueve palabras) vuelvo al tajo con energías renovadas por mi estancia de fin de semana en la casa de la sierra.
Mi mujer suele salir del sueño con la radio puesta y me ha contado que los poderes fácticos, o sea los que mandan de hecho, no de derecho, en ese gran país (no lo conozco) que es Alemania, han dado instrucciones a quienes mandan por derecho, no de hecho, para que divulguen una decisión trascendente que nos afecta a los españoles.
Al parecer, ese grupo poderoso de banqueros, industriales exportadores e intelectuales orgánicos, ha decidido conceder una renovación de dos años en el plazo señalado para alcanzar un determinado nivel de déficit público, referido al complejo entramado de nuestro Estado, formado por un aparato central y diecisiete comunidades autónomas, y lo han hecho en su condición de acreedores preferentes de nuestra deuda exterior, lo que parece un alivio, sobre todo, para los responsables políticos españoles de la contención de ese déficit, en una economía que ya se sabe que a final de este año caerá algo así como el triple de lo que se había previsto.
¿Que conclusión podemos extraer de todo esto?, no sé, pero yo me voy a centrar, porque me apetece, en una de perfil lingüístico, mas que político, económico o financiero. Energías renovadas, cuando se aplica a las personas, evoca una ilusión de renacimiento, una percepción de que las propias fuerzas, después de un período de inacción, están listas para acometer, de nuevo, el combate por la vida.
Renovación, en cambio, cuando se aplica a compromisos de pago, o a condiciones impuestas para cumplir esos compromisos, es un elemento del lenguaje, esencialmente, mercantil, que conozco muy bien por haber transcurrido casi toda mi vida profesional en ese medio, el mercantil. De esa dualidad intentaré extraer alguna enseñanza, inútil, como casi todas.
(...)
Antes aclararé que, en mi corta vida, siete décadas es una cosa ínfima en el mar del tiempo, he dejado de hacer muchas cosas, por ejemplo viajar a Alemania. Es evidente que en la vida cotidiana, como en la economía, siempre estamos incurriendo en costes de oportunidad, si viajas a un país no puedes hacerlo simultáneamente a otro, puedes leer dos libros simultáneamente, pero hay un número infinitamente mayor de libros que nunca leerás.
Pasé muy cerca de la tumba del poeta Valèry, en Sète, pero no la visité, en cambio visité la tumba de un guerrero en París, Napoleón, y no sabría decir el porqué de esa mala elección.
Del mismo modo, elegí que mi vida profesional transcurriera en el mundo de la empresa privada, y nunca en el mismo sitio,
como antes ocurría con los que elegían un puesto funcionarial. Debo confesar que hice algún tímido intento de convertirme en funcionario, al visitar la Sindicatura de Cuentas cuando se creó. El responsable de aquello me dirigió
una mirada de conmiseración y me desanimó con el argumento de que allí se ganaba muy poco. Luego comprendí que lo que quería decir es que esa sindicatura iba a subcontratar con las multinacionles de la auditoría las tareas y funciones propias de su competencia y por tanto allí no había sitio para los profesionales por libre.
Así, asumiendo el coste de oportunidad de no ser funcionario, la falta de estabilidad, gané la ocasión de conocer mejor un mundo mas interesante, por lo cambiante y sujeto a riesgos, la empresa privada, y puedo asegurar que el término mas cotidiano y recurrente que se manejaba en aquel mundo era, precisamente, renovación, la palabra mágica que concedía un plazo de supervivencia a empresas agobiadas por la deuda, como ahora lo está el Estado español, aunque debo decir que ninguna de las múltiples empresas que recurrían habitualmente a la renovación (el aplazamiento de sus compromisos de pago), ha sobrevivido a aquella precariedad financiera. Todas están muertas.
He bajado a por tabaco, mi vicio mas antiguo, aunque no el único, he comprado el 'Levante', y no veo ningún titular que se refiera a la renovación del plazo de los compromisos del Estado, solo el que abre la primera página, 'El Consell reclama al Gobierno hasta 1.300 millones más (de capacidad de) déficit para evitar el colapso' y no puedo dejar de evocar las dificultades puntuales que ahogaban a las empresas para las que trabajé.
En una, participada por Dragados, me llamó un lunes por la mañana el director financiero de la casa matriz para que suspendiera todos los pagos a proveedores.
En otra, un grupo decadente de constructoras, el jefe, a quien llamábamos Juan el del Yate, porque repetía a menudo
la frase 'ya te pagaré', me mandaba casi cada día a CCM, una caja de ahorros con sucursal en Mislata, con un montón de pagarés con vencimiento lejano, que tenían la función de sustituir a otros de vencimiento cercano, porque no se podían pagar.
Unos fabricantes de bisutería para los que también trabajé, andaban metidos en líos de renovaciones y aplazamientos, hasta que un día uno de los socios amenazó con una pistola al otro (se quedaba los cuartos de todos) y la sociedad desapareció, aunque sin sangre, pues el socio armado no llegó a disparar.
Ahora ya puedo concluir que la palabra renovación, aplicada a la situación financiera de entes privados o públicos,
es sinónimo de dificultades, casi siempre agónicas, que, en el caso de la empresa privada, suele ser el preludio
de su defunción civil.
En el caso que nos interesa, el aplazamiento de la obligación de reducir nuestro déficit público, es un soplo de esperanza para los ciudadanos, a los que hay que felicitar porque, al menos a corto plazo, podrían tener un respiro
en su condición de víctimas propiciatorias de mas recortes y agresiones a sus niveles de vida y subsistencia, y aquí
es donde entra en juego la otra acepción de la palabra renovación, las energías renovadas.
Sin una renovación de las energías, los valores y las conductas de los políticos encargados de la administración del Estado y sus entes autonómicos, algo que no se ve que vaya a suceder en el corto plazo, (las elecciones están aún lejos, y las actitudes de los ministerios económicos y consejerías no cambian) la renovación pura y simple de los compromisos de déficit, solo nos llevará a un aumento de la deuda y de sus intereses acumulados que, si se tratara de un ente privado, llevaría a su desaparición.
Al tratarse de entes públicos, las consecuencias de este aplazamiento, de esta renovación, caerán en dos años sobre la espaldas de los ciudadanos. El lado positivo es que este respiro nos puede permitir, a nosotros si, renovar nuestras energías, y echar a patadas a los máximos responsables de la situación por la que atraviesa el país, sus gestores.
Es una opinión.
En fin. La renovación.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 23/04/13.
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