miércoles, 17 de abril de 2013

EL GRAN TEATRO

Hoy me he levantado con el ánimo dispuesto para escribir alguna animalada muy gorda, pero, como no se me ocurre ninguna, les remito a las palabras habituales del arzobispo, o lo que sea, de Madrid/Alcalá, que no voy a repetir aquí, por si entre los visitantes de esta página hay algún menor y se le ocurre ir a algún club nocturno de hombres, o ponerse a escuchar en el colegio alguna doctrina laica que podría determinar para siempre su inclinación sexual.

Para animaladas gordas las que suelta este tío, impunemente. ¿Han visto como se viste?. El mundo del teatro, el de la política, y el de las jerarquías vaticanistas, atraviesa una crisis de creatividad desde el siglo XIX.

Un buen actor, se habría vestido para declamar su discurso con una ropa contemporánea, para llegar de un modo mas cercano a su auditorio, este señor no, aparece con sus ropas de la época en que Enrique VIII se peleó con las jerarquías católicas, como si fuera el arzobispo de Canterbury, y larga una homilía que incluye la denuncia de una conspiración judeo masónica para reducir la población del mundo.

Luego hace mutis, sin ser consciente, al parecer, del corte surrealista de su discurso, y de que el surrealismo pasó de moda hace mucho tiempo.

Hay una lamentable falta de buenos escritores de teatro. Nuestros actores, políticos y jerarquías vaticanistas, carecen de dramaturgos capaces de escribir relatos que resulten creíbles al escucharlos. Esta carencia, unida a la cada vez mas evidente falta de entrenamiento de los actores de la vida pública, ha degradado el relato hasta el nivel de la farsa.
(...)
No solo es cuestión de vestuario y buenos argumentos, también hay que considerar la oportunidad, el momento en que se recita el papel. Si un actor no está atento a cuando le toca salir, y sale un poco antes o un poco después, se puede encontrar con que el efecto dramático de sus declaraciones se convierte en cómico, o que está donde no debe estar en un momento determinado de la representación.

Un ejemplo de esta falta de oportunidad es cuando el primer actor, debiendo estar en una escena muy dinámica rodeado del pueblo en un clima de dificultades dramáticas, se evade de la escena, como ha hecho Rajoy, al ir a Roma a regalar camisetas deportivas al Papa, con la cantidad de faena urgente e importante que hay por hacer aquí. 

En la misma línea de falta de oportunidad intencionada? está la bronca que le ha echado el siniestro Rouco a Rajoy, justo cuando este visitaba al Papa, por no cumplir sus promesas electorales sobre el aborto y el matrimonio homosexual, hasta el punto de que esas declaraciones tienen un tufo de escrache dirigido al primer actor de la compañía de teatro desde la que ambos pastorean a las ovejas cuya custodia y bienestar tienen en común, por no mencionar que al Presidente de la Conferencia Episcopal, Rouco, se le ha olvidado alguna frase relativa a las demás promesas de contenido social y económico, que la compañía de teatro que dirige Rajoy hizo a ese rebaño.

Del mismo modo que quienes estudian las preferencias electorales afirman que, por ejemplo, cuando un partido de izquierdas se escora a la derecha, los electores acaban inclinándose por el original, cuando los espectadores de una obra de teatro social y político, en el escenario de la España de ahora mismo, se hartan de ver y escuchar a malos actores en la escena pública, en escenarios laicos o religiosos, lo suyo sería que abandonaran la escena y se fueran al teatro, al de verdad, a ver buenos actores, en obras bien escritas, pero,  ayer pasé por la puerta del Teatro Talía, al regreso de la clase de arte dramático, y todas las obras en cartel son del mismo nivel, y de los mismos temas que se representan en el escenario de la política, hasta el punto de que una de las que se anuncian se llama Transición. 

Será, según me cuenta uno de mis hijos, estudiante a pesar de que ya está en la treintena, que como dijo en un Aula de la Facultad de Bellas Artes uno de sus profesores, la sociedad contemporánea vive en un relato agotado, y todavía no ha encontrado un nuevo argumento a la altura de los tiempos. 

¿Entonces? ¿Que podemos hacer?. Si no aguantamos mas la vulgaridad del relato político, o las extravagancias de las jerarquías confesionales, y el teatro tampoco nos ofrece escritores a la altura del tiempo que vivimos, solo se me ocurre imitar a los argentinos, que suelen representar obras teatrales en sus propios domicilios, en entornos familiares. 

Termino esta entrada y voy a proponer a mi familia que interpretemos, en plan doméstico, aquello de Calderón, El Gran Teatro del Mundo. Así nos distraeremos de las animaladas, de las extravagancias, de los discursos sin sustancia que nos ofrece, cada día, la escena pública. 

En fin. El Gran Teatro. 

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 17/04/13.

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