Estoy en la terraza de La Fuente, tomando una infusión de manzanilla. Anoche cometí el error de tomar un café antes de irme a la cama y no pegué ojo en toda la noche. No se les ocurra hacerlo en su casa, amables usuarios que visitan el blog, tomar un café antes de acostarse.
Creo que voy a dejar de tomar café, me paso a las infusiones.
En esta mañana luminosa, con el cielo despejado y la luz iridiscente del sol marino rebotando por Levante, disfruto de la contemplación solitaria de la vida y su entorno, cuando se sientan a mi lado Isa y Cármen.
Cedo a la debilidad de confesarles que escribo en el blog, en ocasiones inspirado en nuestras charlas de bar, y me dicen, ambas a la vez, si se te ocurre contar algo de nosotras en el blog, te partimos la cabeza.
Impresionado por la verdad de esa declaración, decido, no solo dejar el café, sino abstenerme de citar charlas de bar. Miro hacia el cielo, hoy de un espectacular azul translúcido, y un avión comercial que se desliza en las alturas con una suavidad de cámara lenta viene en mi ayuda
para salir del embrollo este de contar, a veces, cosas en el blog que no deben contarse porque pertenecen al dominio de lo privado.
Hoy la cosa irá de anécdotas personales vividas por mí en vuelos comerciales. El Avión.
Mi primera experiencia en un vuelo comercial data de hace medio siglo. Volvíamos de Palma de Mallorca, mi mujer y yo y, en nuestra ignorancia
de debutantes como pasajeros comerciales pensamos que bastaba con dejar el equipaje en la Agencia de Iberia, en el centro de Palma, que ellos
se encargarían, directamente, de embarcarlo en el avión.
En el momento de embarcar nos enteramos de que nuestro equipaje seguía donde lo dejamos, que debíamos haberlo recogido para facturar en el aeropuerto. Hay que ver lo ignorantes que éramos entonces. Casi como ahora. La incidencia se resolvió con un propina a un empleado del aeropuerto, para que trajera nuestro equipaje, y tomando otro vuelo más tardío, al que por su horario se le llamaba 'El golfo', frecuentado por personal de Iberia y algún despistado como nosotros.
Durante una etapa de mi vida laboral, volaba todas las semanas a Madrid, para hacer labores de supervisión en una empresa madrileña participada
por otra de aquí. Fué por aquella época en que los de Eta, ayudados por los irlandeses, hicieron volar a Carrero Blanco, dentro de su coche,
por encima de los tejados de un edificio de la calle Claudio Coello de Madrid. Ese día, el del atentado, se encontraban en Madrid, el Presidente y el Director general de la empresa de aquí donde yo trabajaba como economista. Fueron testigos muy cercanos del suceso y volvieron muy impresionados.
En uno de aquellos vuelos, tan frecuentes, tan repetidos, que tanto me molestaban por las esperas en los aeropuertos y, en ocasiones, por la entonces comida de plástico de Iberia, tuve la suerte de que se sentara a mi lado Felipe Garín, uno de los mas conspícuos representantes de la burguesía artística valenciana, que por entonces dirigía el museo madrileño de El Prado.
Conocí a Felipe cuando llevaba el mismo mono de faena que yo y trotaba con dificultad por su, entonces, condición algo obesa, por los campos de entrenamiento del acuartelamiento de Chirivella, del Ejército del Aire, con el mosquetón al hombro.
Aquella división, la 31, en la que compartimos instrucción militar durante un mes, era la de los enchufados, voluntarios, pero unos mas enchufados que otros, porque Felipe desapareció después de aquel mes, y ya no lo volví a ver hasta que coincidimos en aquel vuelo de Iberia, mientras que yo me chupé un año de mili, si es que se le puede llamar mili a habitar una oficina militar de Estado Mayor.
Menudas paellas servían, y las cataba el general, como era de rigor. A veces, echo de menos el sabor de aquellas paellas, lo único que echo de menos de aquella etapa, además del conocimiento de personas interesantes con las que conviví aquel año. De Felipe, en particular, supe que, además de El Prado, dirigió aquí el San Pío V, y las mas importantes exposiciones de arte plástico que se han ofrecido en Bancaixa, las ha comisariado él. Un saludo, Felipe,
si estás por ahí.
Podría extenderme con alguna anécdota de esos vuelos de corta distancia, como el pánico de aquella azafata que nos acompañaba en un vuelo
desde Baleares, en una situación muy peligrosa de turbulencias. Verla acurrucada en el suelo junto a la cabina del piloto, sujetándose la
cabeza con las manos, no contribuyó a paliar la ansiedad del pasaje en aquella situación, o citar aquel vuelo a San Sebastián, sentado en un transportín en uno de aquellos aviones de hélice, con el fuselaje de chapa ondulada, los que en tiempo de guerra llamaban 'la pava', pero me apetece más referirme a los vuelos de ida a Basilea y vuelta de Amsterdam, para cerrar esta breve crónica de mis experiencias en vuelos comerciales.
Uno de los paisajes más hermosos que he podido contemplar desde el aire, se ofreció a mis ojos en un día claro y despejado en el que volamos por encima de los sistemas montañosos, al sobrevolar el entorno de Suíza antes de tomar tierra, para luego subir al crucero que nos llevaría a pasear por el Rin y sus riberas.
Ese vuelo, quedó en mi memoria como uno de los mas placenteros de mi corta carrera de viajero en vuelos comerciales. Ya en el aeropuerto de Basilea, nos encontramos con tres puertas de salida en la terminal, cada una daba
acceso a un país distinto.
Quizás, mi experiencia aeroportuaria más desagradable, sucedió en el vuelo de vuelta Amsterdam-Madrid. Por aquellos días, estaban aún recientes los atentados terroristas de París y Bruselas y los procedimientos de seguridad que aplicaban en aquel aeropuerto eran tan extremos, que tuve una bronca con quien me registró, me cacheó, y me habló en un tono militar, que yo no recordaba desde que hice la mili.
En cambio, al llegar a Madrid, cuando unas horas después de la llegada a Barajas fuimos a Atocha para tomar el AVE a Valencia, volví a recuperar el ambiente tranquilo y desenfadado que caracteriza a nuestro país, tanto que al ascender por una escalera mecánica, antes de que pudiera darme cuenta, me robaron la cartera.
'Por fin, ya estamos en España'. Me alegré de haber dejado atrás los excesos de los protocolos
de seguridad holandeses, a pesar de 'perder' la cartera.
En fin. El Avión.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 14 10 16.
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