Antes de escribir la entrada de hoy que, en realidad, iba a ser una crónica urbana, mi cogote delirante me ha impulsado a titularla así, 'La Gran Meada', y como su contenido va a ser bastante consecuente con el título, me he planteado abrir una nueva sección en el blog, 'Escatología', pero como me dá pereza, creo que la pondré en 'Experimentos', aunque, antes, haré un poco de crónica urbana, para que no sea una entrada tan líquida.
Ayer por la tarde se celebró un acto en la Plaza del Ayuntamiento de Heliópolis, en el marco del festival floklórico valenciano con motivo de la conmemoración del 9 de octubre, que confieso, desde mi ignorancia histórica, que no sé muy bien lo que es, aunque me suena algo de reyes y mazapanes.
La cosa consistió en la actuación de tres grupos folklóricos, uno de Patraix, otro de Morvedre, me pareció el mejor, y el Forcat,
el segundo mejor. Cómo estaba la plaza, cuando llegamos, abarrotá. Al principio, seguimos el espectáculo de pié, pero yo, además de echar
el ojo a los de Patraix estuve pendiente de si se vacíaban un par de sillas, en cuanto pillamos dos sillas libres junto al pasillo, detrás de
los cámaras de Mediterráneo TV, una persona que se sentaba al lado de las sillas que ocupamos, me dijo, --que suerte han tenido. Yo, con mi proverbial humildad, le contesté, --No es suerte, es habilidad.
De la actuación de los de Patraix me acuerdo menos, porque salí fuera de la zona de sillas a fumar. Cuando volví, una jóven con alguna alteración emocional, se peleaba con su madre, porque quería sentarse en mi sitio, encima de la camisa vaquera que yo había dejado en el asiento. Le dije a la madre de la chica, deje que se siente donde quiera, tengo una compañera de teatro, Carolina, que padece el mismo síndrome que su hija, ella se sienta donde quiere y no pasa nada, además, al minuto se levanta y se va a otro sitio, porque no puede estarse quieta.
Eso fué lo que sucedió, cuando ya se iniciaba la actuación de los de Morvedre.
Una lección académica de recuperación del floklore tradicional, de un nivel muy alto, las letras, el canto, la danza, la indumentaria, el origen de las piezas representadas, paciente y sistemáticamente recogidas de distintos lugares de la comunidad, un espectáculo no solo folklórico, sino de un nivel, como lo diría, antropológico.
No tengo a mano ahora el detalle de las interpretaciones que se hicieron, ni puedo reproducir fragmentos de esas coplas tan graciosas, además, la entrada de hoy va ser mas escatológica que folklórica. Solo diré que cuando el
Forcat terminó su actuación, que no me pareció inferior a la de Morvedre, aunque aquella me gustó mas, el publico se puso de pié, rodeó la plaza y en su centro se celebró la Gran Dançá, un baile multitudinario en el que intervinieron casi medio centenar de agrupaciones, aunque la protagonista absoluta fué una china con su móvil, que después de atravesar el espeso muro de personas que le impedía el acceso a los danzantes, consiguió situarse en el centro de la escena, y con una sonrisa satisfecha, emuló a los fotógrafos profesionales que registraban
el acto con sus cámaras.
Entre una y otra cosa, transcurrieron dos o tres horas desde que salimos de casa, tomamos el autobús para regresar y hacía un calor de muerte
allí dentro. Nos sentamos. Comencé a notar, allí mismo, las urgencias biológicas típicas de mi edad, el estado de mi próstata, que es bueno,
y el enorme poder diurético de la cerveza, aunque el último pack ha salido tan malo, que lo voy a devolver a Mercadona, ya daré detalles de marca y estado del líquido que, seguro, no era el de siempre.
Descendimos del bus en la parada de La Plata con Urrutia, al llegar al portal de casa le dije a mi mujer, sube tú, que yo no puedo aguantar más. --Y que vas a hacer... --Mearé aquí en el alcorque del árbol..--Ni hablar, sería una falta de respeto a los vecinos, aguanta un poco más, tú puedes. --Pero, mujer, si cuando vamos a la Filmoteca de Verano meo en el bosquecillo de pinos, está oscuro, y nadie me ve, pues aquí, a esta hora, lo mismo..
--Calla y sube conmigo.
Mi mujer abrió la puerta de casa, me lancé por el pasillo hacia el baño, pero no pude llegar. Me sujeté, como pude, mi apéndice urinario, pero fué peor, como en la peli La Vida de Pi, que vimos luego, una oleada líquida inundó el pasillo, luego el baño, una vez allí, los restos del naufragio quedaron flotando en cualquier sitio, menos en la taza del WC. Como le sucede a Pi en la peli, tuve que despojarme de toda la ropa mojada, y digo toda, pantalones, camisa, calzón, calcetines, como si, en lugar de una simple meada encima, se tratara de un naufragio en las fosas Marianas.
Metí toda la ropa meada en la lavadora y la puse en mercha aprovechando la tarifa barata.
Menos mal que, una vez limpio y seco, vimos esa maravillosa peli que no conocía, La Vida de Pi y, antes de que acabara tuve que tomar otra decisión, mear en el árbol o subir a casa, no, permanecer frente a la pantalla viendo a Pi, o asomarme a la ventana del gabinete donde escribo, desde donde pude ver y oír, la extraordinaria sesión de fuegos artificiales que celebraba el final de la noche festiva, la víspera
del 9 de octubre, que no sé muy bien lo que es, algo de reyes y mazapanes.
Me documentaré, igual hago una página cuando me entere algo más.
En fin. La Gran Meada.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 9 10 16.
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