miércoles, 26 de octubre de 2016

TRAERÁS FLORES A MI TUMBA?

El papa Francisco acaba de publicar un documento de obligado cumplimiento para los fieles de su iglesia, que dicta normas eclesiásticas sobre lo que hay que hacer con las cenizas de uno si se quiere ser consecuente con los dogmas que tratan de los ritos funerarios, sobre todo si se tienen esperanzas en la resurrección.

Francisco, me parece a mí, ya era un tipo progre y ecologista antes de ser Papa. Quienes consideren que ahora se ha pasado un poco al inmiscuirse en el libre albedrio funerario de sus asociados al obligarles, por decreto, a depositar sus cenizas en un columbario, es decir, enterradas, bien en suelo, o bien en nicho, en lugar de esparcirlas por ahí, en cualquier sitio, o repartirlas entre vecinos, familiares y amigos, con las dificultades de recomponer esos restos en caso de resurrección, no son del todo justos con el pontífice que, en mi opinión, trata de evitar más daños en el medio ambiente, con esa nueva moda de tirar las cenizas en cualquier parte, sobre todo en el mar, con lo contaminado que está ya por miles de toneladas de plásticos.

Tengo un par de anécdotas que contar sobre esa fea costumbre de ensuciar el mar con nuestros restos, bastante lleno está ya con la materia orgánica de los pobres migrantes que se quedan allí.

Cuando murió, un primo de otro primo mío, ex campeón de gimnasia deportiva, que fué mi entrenador durante un año con excelentes resultados, residía en Sevilla. Sus hijos vinieron desde allí para cumplir la voluntad de su padre, arrojar sus cenizas al mar desde la playa de la Malvarrosa. Lamentablemente, vinieron en temporada alta. No quiero contarles como estaba la playa, abarrotá. Estuvieron todo el santo día esperando a que la playa se vaciara. Con las primeras sombras del anochecer, se acercaron a la orilla con la urna que contenía las cenizas de su difunto padre, dispuestos a complir el ritual que él había ordenado, con tan mala fortuna que, al sacudir la urna para que sus cenizas fueran a parar al mar, una fuerte racha de viento de levante hizo que las cenizas fueran a dar sobre sus ropas de luto, adonde se quedaron, sin que una sola partícula de los restos funerarios pudiera alcanzar el destino previsto.

Mi mujer tiene una amiga, ex compañera de trabajo, que perdió a su marido, con el que fuí a pescar muchas veces, en Ibiza, en el Perellonet,y a quien he dedicado un emocionado recuerdo en la casa de la sierra, con un baldosin en la pared que dice ..'Plaza de R.T.', hace más de una década.

R.T., quien nació, vivió y murió en un barrio marinero de Heliópolis, quería que sus cenizas fueran arrojadas al mar, concretamente, desde el recinto del Puerto, lo que no fué posible porque, en su momento, las autoridades portuarias prohibieron el hábito de embarcar en una 'Golondrina' del puerto y tirar las cenizas por la borda.

R.T. tenía una pequeña lancha de goma, que su viuda quiso que algún amigo común utilizara para navegar fuera del puerto y lanzar allí las cenizas del finado, pero cuando intentaron servirse de la barca, estaba ya inutilizada por falta de uso. Hubo otro amigo común que al parecer se ofreció a cumplir los deseos funerarios de R.T. con su propia barca, pero nunca llevó a cabo su ofrecimiento.

Las cenizas de R.T., hasta hoy, no han podido desaparecer en el mar. Siguen en casa de su viuda, en la misma hornacina de siempre, detrás del cristal de un viejo mueble del comedor de otra casa, que ya no es la que fué suya.

No quiero cansarles más. Terminaré con una breve crónica de nuestra visita al cementerio, en la mañana de ayer, para llevar flores a la tumba de los padres de mi mujer.

Fué una mañana un tanto ajetreada, primero visita médica, a la que he aludido en la página de ayer, luego ir a la Beneficencia, a la calle de la Corona, para retirar cuatro entradas para el concierto del domingo por la tarde, después, andando hasta la parada del autobús 9 para ir al cementerio y luego de la visita, --el mausoleo del torero Granero necesita limpieza y restauración urgentes, pues los agentes atmósfericos han depositado unas feas manchas oscuras en un mármol que fué originalmente blanco y ahora tiene un lamentable tono amarillento, a ver si alguien hace algo, a quien le corresponda hacerlo-- luego de la visita, digo, tuvimos que tomar dos autobuses y andar otro trecho para volver a casa.

Por la tarde, mi mujer me recriminó que la hubiera hecho andar más de la cuenta, y mis piernas, por la noche, se quejaron de lo mismo. Esta mañana, recuperados del cansancio de ayer, después de recoger a mi mujer en el sitio donde acude a clase de gimnasia dos mañanas por semana, nos hemos sentado en un banco en el parque y ante la proximidad del día de difuntos, y la visita de ayer al cementerio, además de la ordenanza del Papa sobre el destino de las cenizas, nos hemos planteado que hacer con las nuestras, en su momento.

Despùés de una larga reflexión, hemos concluído que lo mejor es, el próximo finde, cuando vayamos a la sierra, poner un mojón en medio de los pinos, pero cerca de la casa, que señale el lugar donde queremos que sean dejadas nuestras cenizas, no enterradas como manda el papa, solo dejadas caer, porque la resurrección no está entre nuestras prioridades, no precisamos un suelo bendecido, nos basta que el mojón sirva para que, quien lo desée, lleve flores al lugar por donde, alguna vez, pasarán nuestros restos.

Alcanzado ese acuerdo, le he dado a mi mujer un beso apasionado para sellarlo, y le he dicho aquello de,

 'Traerás flores a mi tumba?'

 Ella, con su sentido común acostumbrado, tan fuera de lo común, ha contestado,

 "Depende de cómo te portes hasta entonces."

 En fin. Traerás flores a mi tumba?

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 26 10 16.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios