Esta tarde, en el Aula de Teatro, el profe no ha quedado conforme con mi boutade de que, en lugar de presentar el texto de la fábula que me pidió la tarde de la presentación del curso, argumentara yo que iba a presentar un haiku japonés de una línea (el chiste de Susana y Sánchez), así que ha insistido en que cumpla con mi obligación de alumno y el próximo jueves haga lo que debo.
Al regresar a casa de la clase de hoy, aprovechando que mi mujer se ha ido a tomar horchata a Santa Catalina con una amiga, he tomado papel y boli y he redactado la fábula, que no es más que la vuelta de tuerca de algunas experiencias infantiles que ya he relatado en el blog.
"Soy una libélula vieja y andrajosa. En tiempos tuve un cuerpo muy hermoso. Mi cuerpo era de color púrpura .... y la cola dorada. Fuí, en realidad, una anomalía cromática entre los míos, pues ellos eran, bien de color púrpura, o de color dorado, pero solo yo reunía esos dos colores en mi naturaleza voladora.
Eso hacía que los 'libélulos' volaran tras de mí, atraídos por mi rareza y por el brillo translúcido de mis alas iluminadas por la luz del verano.
Un domingo luminoso de julio abandoné la huerta, nuestro hábitat, por saciar mi curiosidad hacia los humanos. Volé hasta una calle del barrio de Russafa, donde sabía que había una fuente pública, junto a un bajo habitado, para poder abrevar.
Naturalmente, los 'libélulos' me siguieron, formando un escuadrón compacto. Al llegar a mi destino, vi a un niño rubiete encaramado en el poyo de la fuente, ayudándose con la palma de la mano puesta junto al grifo, regaba la calzada.
Yo supuse, que amables son los humanos, nos dan de beber.
Los 'libélulos' volaban en un círculo compacto, discutiendo entre ellos el orden del apareamiento, pero yo permanecía alejada del grupo, porque no era época de aparearse.
Entonces, apareció un grupo de mozalbetes, armados con cañas robadas de nuestra huerta, y abatieron a todos los 'libélulos', a todos, no quedó ni uno.
Yo grité al niño rubio, pero, que hacéis, humanos crueles, no sabéis que las libélulas somos parte de la vida, y si matáis a una, matáis un trozo de vida....pero no me escuchó.
El niño rubio, acompañado de los mozalbetes, se entretuvo en decapitar a los 'libélulos' caídos, metió sus cabezas en una caja de cerillas
y se fué, junto con los mozalbetes, hacia el final de la calle, cargado con su tesoro. Volé tras ellos, a una distancia prudente, para entender lo que estaban haciendo.
Entraron, todos, en un lugar con un cartel que no supe leer, pero escuché que decían que era la Farmacia del barrio.
Enseguida salieron, llorando, y balbucían, nos han engañado, los mayores nos han engañado, dijeron que el farmacéutico nos daría dinero para golosinas, si le llevábamos las cabezas de las libélulas, y no es verdad, nos ha echado a patadas.
Me detuve en el vuelo, quedé flotando en el aire algo alejada de los niños y desde entonces he tenido una existencia triste al entender que a los humanos les enseñan, desde niños, a tener codicia, en lugar de a respetar la vida.
Ahora soy, ya lo saben, una libélula vieja y andrajosa, que no ha tenido descendencia, pero conserva viva en su memoria la maravillosa luminosidad de aquel domingo de julio, la frescura del agua de la fuente de la que nunca bebí, y mi imágen de libélula jóven, con los colores púrpura y dorado en mi naturaleza voladora, que fué el asombro de la colonia de libélulas, por su anomalía cromática, en la huerta
cercana a un barrio suburbano de Heliópolis, y sigo, pese a todo, amando la vida."
En fin. La Fábula.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 4 10 16.
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