domingo, 23 de octubre de 2016

LA MUJER DE ROJO

Hoy toca mi sentido homenaje al cine. El cine es algo muy plural, salas de exhibición, películas, actrices, actores, directores, productores, guionistas, músicos, cámaras, scripts, fotógrafos, eléctricos, figurantes, especialistas, maquilladores, atrezzistas, todo un universo de oficios varios, además de estilos, épocas, evolución tecnológica, por no citar al gremio más irrelevante de todo eso, los críticos cinematográficos.

Siendo el cine algo tan plural, tan variado, tan universal, no parece apropiado que yo le dedique un título tan singular, 'La Mujer de Rojo', como encabezamiento de este homenaje. No se trata solo de una referencia a aquella película, no es solo un homenaje a Gene Wilder, Kelly LeBrok y los demás. Es otra cosa, que no pienso desvelar hasta el final de la página.

Tan susceptible de diversos enfoques como es este homenaje, por la variedad de sus objetos y sujetos, me centraré en las salas de exhibición, porque ayer llovió, y siempre que llueve, invariablemente, se me humedece la memoria y me traslada, sin intervención de mi voluntad, a los más remotos reductos de mi memoria infantil.

Años cincuenta del pasado siglo. Un barrio popular, Russafa. La época más representativa del franquismo puro y duro, cuando muchas de las mujeres del barrio estaban obligadas a sacar adelante su familia, su casa, sus hijos, sin el apoyo de sus maridos, muchos de ellos muertos o en la cárcel, concretamente aquí, en San Miguel de los Reyes, ese lugar histórico que muchos visitan ahora, para conocer lo que es, pero ignorando lo que fué.

Época de lluvias. Entonces llovía de verdad. Podía transcurrir el mes de Febrero en Heliópolis con uno de cada dos días con lluvias torrenciales. Las casas del barrio, las más humildes, húmedas y desprovistas de sistemas de calefacción, eran abandonadas en aquellas tardes desapacibles por muchas madres que, acompañadas de sus hijos pequeños, se dirigían a una sala de exhibición cinematográfica, el Cine Iberia, hoy desaparecido como casi todos, creo que ahora han instalado en aquel local un comercio de artículos chinos, con el fin de encontrar un cobijo caliente donde pasar las largas horas de su viudez o su abandono forzoso, preservando al mismo tiempo la salud de sus hijos, al apartarlos durante horas de entornos poco preparados para el invierno.

Cuatro películas y dos noticiarios, aquel instrumento de propaganda franquista, el No-Do, que estuvo vigente durante cuatro décadas. Esa programación cotidiana, permitía estar a cubierto de las inclemencias del tiempo otoñal o invernal, desde las cuatro de la tarde, a veces hasta las once de la noche.

No sé que ha quedado más fijado en mi memoria, si los westerns que ví allí entre los siete y los ocho años, o las salidas del cine ya anochecido, con mi madre abrigándome con la bufanda y la presencia en la puerta, a la salida, del pederasta que siempre estaba allí con un montón de tebeos en la mano, con la intención de seducir a los niños con ese material mágico que marcó tanto mi afición por la lectura y, con el tiempo, la escritura.

Así como el Iberia marca mis recuerdos del cine de mi infancia, hay otra sala que aún resiste heróicamente, el Cine D'Or, la única sala en Heliópolis que aún ofrece programación doble, de reestreno, a la que he acudido puntualmente casi todas las semanas, para satisfacer mi afición, mi curiosidad por el cine, hasta hace solo un par de años, cuando decretaron la absurda prohibición de volver a entrar a la sala, si salías a fumar durante la proyección.

Un buen amigo mío, M.T., al que he dejado de ver no sé bien porqué, ha escrito un libro sobre las salas de cine. 'Los Cines de Valencia que se perdieron'.  Un libro muy vendido, que se sigue vendiendo, muy útil para cualquiera que quiera documentarse sobre la historia de las salas cinematográficas aquí, en Valencia, que a veces llamo Heliópolis, no sé porqué.

Bien, mi homenaje al cine de hoy, ya ven, es algo muy local, tal vez algo nostálgico, sí, pero llega el momento de explicar porqué he titulado así esta página. La Mujer de Rojo.

Esta mañana, cuando nos disponíamos a salir de casa para dar un paseo por el centro histórico que, como cada domingo, estaba pletórico, la gente en la calle, los músicos ambulantes, los actores disfrazados que animan con su presencia las calles del Miguelete, hoy con el añadido de la expectación del Medio Maratón, cuyo nombre evoca la batalla de Marathon, mi mujer ha salido de la habitación con una presencia deslumbrante.

Toda de rojo. Un vestido rojo, precioso, zapatos de tacón, rojos, su mirada algo fatigada de contemplar el mismo panorama conyugal durante medio siglo, protegida tras unas gafas de sol con montura, ¿lo adivinan?, roja, y coronando la elegancia de su figura, su cabello corto, blanco como la nieve.

Esta Mujer de Rojo (o del rojo, que también) me ha impresionado más, lo juro, que aquella que sedujo a Gene Wilder en las pantallas de los cines de barrio. Tanto, que no he podido evitar decirle,

'Nena, nunca me des puerta, Brexit. Si he de cambiar, cambiaré, lo juro. Siento la imperiosa necesidad de acompañarte el resto de mi vida'.

¿No han sentido ustedes alguna vez una sensación así?.

Termino con una pincelada de nuestra visita, esta mañana, a Tapinería, ese rincón de Valencia que, si alguien no lo conoce, no sabe lo que se pierde.

Sentados en un banco, hemos dejado morir media hora mientras observábamos los semblantes de las gentes que pasaban por allí, cuando una irresistible necesidad de mear, propia de mi edad y mi estado de salud, me ha empujado a visitar el bar de enfrente, de nombre inglés.

Me he acercado a la barra, he pedido un cortado al joven camarero y he ido zumbando a desahogar mi vejiga. Atendida esa urgencia ya tenía en la barra una taza de café, pero el camarero, ha dicho, ¿Carajillo de güisqui?. No, cortado. Ya lo tiene ahí, era una broma...

Yo he respondido, hombre, me alegro de encontrar gente aquí, con sentido del humor, que gusta de gastar bromas. Ahora te digo yo la mía..

'El mes que viene me operan de cataratas, y estoy loco porque llegue ese día, para salir del hospital con un parche en el ojo, como ese torero tan guapo, y un pañuelo en la cabeza como Johny Depp en Piratas del Caribe. Con esta planta, esta barba, el parche en el ojo y el pañuelo en la cabeza, lo voy a petar por ahí...'

Si encuentran alguna repetición en el texto, algo ya dicho en otra página, es deliberada, para nada un fallo de memoria, que la tengo de p.m.

En fin. La Mujer de Rojo.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 23 10 16.

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