Mi primer contacto con el pez Siluro --una especie de mero prehistórico, del tamaño de un cetáceo, que vive en las profundidades de los lagos o embalses de agua dulce-- tuvo lugar hace mas de veinte años, durante un inolvidable viaje al Bajo Aragón, cuando casi nadie se aventuraba por allí, y en la ribera del Ebro un único operario se afanaba en una tarea imposible, como un nuevo Prometeo, provisto de un martillo y un escoplo se enfrentaba a un monasterio ruinoso que tenía todas las trazas de querer devorarlo entre sus piedras centenarias.
Fue en el embalse de Mequinenza --entrada 3 pesetas, rezaba un viejo cartel en su acceso-- donde trabamos conocimiento por primera vez con el Siluro. Un campamento permanente de pescadores alemanes instalado en su orilla, tiendas y caravanas, no todas habitadas, pero puestas con intención de permanecer en espera de ser visitadas por sus dueños, daba fe de la presencia del Siluro, que era el motivo de aquella nutrida avanzada de pescadores.
No recuerdo bien si los pescadores estaban allí atraídos por la presencia del Siluro, o si es cierta la leyenda que cuenta que fueron esos mismos pescadores los que introdujeron esa especie foránea, para poder pescarla después.
Eso lo sabrán bien los ecologistas, los mismos que están ahora ocupados evaluando las consecuencias para la fauna autóctona de la supuesta presencia del Siluro, del que se dice que, desde su hábitat del Ebro está llegando a nuestro humedal.
En ese viaje, visitamos Valderrobles, Calaceite, Peñarroya de Tastavins, Mirambel, Cantavieja, unos pueblos pintorescos, maravillosos, y creo recordar que cruzamos el Segre en una plataforma flotante y llegamos hasta Flix, en un tour sin guías ni autobuses, que fue un auténtico descubrimiento en solitario de una de las mas bellas comarcas de la geografía ibérica.
He buscado las fotos de aquel viaje y, en efecto, al dorso de una de ellas aparece el nombre de Mequinenza. Wikipedia data la fecha y el lugar de la introducción del Siluro en aquel embalse, en 1.974. O sea, lo que yo dudaba si era leyenda o realidad, que fueron aquellos tipos acampados allí quienes trajeron al monstruo del lago para divertirse, parece cierto.
Al parecer, en veinte años, el Barbo, una especie autóctona, prácticamente ha desaparecido, y ahora quienes se ocupan y preocupan por la conservación de la diversidad de la fauna de la Albufera, ya están haciendo cuentas por si llega hasta aquí el Siluro, porque este individuo, aparte de comer peces, no le hace ascos a las aves, y no parece que los lirios amarillos, que en su momento frenaron la plaga del cangrejo que causaba pérdidas a los arroceros, puedan detener a este residuo arcaico de la prehistoria fluvial.
Al consultar las fotos de aquel viaje, he vuelto a ver la esbelta imagen arquitectónica del puente que accede al castillo de Valderrobles, he evocado al viejo sacristán que nos enseñó los ex votos de la ermita de Peñarroya --no es difícil suponer, dado el tiempo transcurrido, que habrá sido de el-- y la maravilla que es Cantavieja, un pueblo completamente llano, elevado sobre una meseta de difícil acceso por una carretera estrecha y serpenteante, dispuesta en los escasos metros robados al farallón que sostiene ese pueblo, que tiene una singularidad paisajista, entonces solo conocida por los escasos viajeros que se aventuraban por esa ruta.
Cuando cruzamos el Segre y alcanzamos Flix, ya en tierras catalanas, celebraban una fiesta y sus calles estaban alfombradas con flores. Había olvidado toda la belleza paisajista que nos ofreció aquel viaje tan singular. Lo rememoro ahora, porque he visto en la prensa la noticia de que el Siluro ya está aquí.
Nosotros creímos, entonces, haber descubierto el Siluro, y ahora el nos descubre a nosotros. Tal vez es el mismo ejemplar, viven hasta 80 años.
En fin. El Siluro.
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 20-06-12.
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