viernes, 22 de junio de 2012

ISLAS

Estoy de canguro, hoy con el añadido de asistir a un acto teatral infantil, un desayuno con horchata y 'fartons', y una fiesta de agua, en la que milagrosamente no ha habido víctimas, porque el suelo del aula infantil, al recibir las salpicaduras de pistolas de agua, cubos y mangueras, se ha convertido en una auténtica pista de patinaje. He salido a tomar café, dejando a mi mujer sola ante ese peligro y he dado un vistazo a 'Levante'. Lo que mas me ha gustado ha sido la columna de Emili Piera, y lo de Millás.

Hemos devuelto a mi nieto a su casa y, mientras dejo morir el tiempo en espera de que lleguen sus padres, he pedido un cortado en Ca Pepe y he tomado prestado uno de los periódicos con lomo de madera que cuelgan frente al mostrador, a disposición de la clientela. 'Las Provincias' Una de sus páginas va dedicada a Rajoy, lo que me ha inspirado la entrada de hoy, que no tiene nada que ver con la política, sino con la radical insularidad de la condición humana.

Una página se dedica, con foto y todo, en tono jocoso, al error de protocolo sucedido en el G-20, en el que se atribuyó a Rajoy la condición de primer ministro de las Islas Salomón. Los redactores no han ido mas allá del chiste fácil de relacionar a Rajoy con el personaje bíblico, por la barba. A mi, me ha sugerido la reflexión de ver a Rajoy no solo como primer ministro de una isla, sino como si el mismo fuera una isla, algo que de alguna manera somos todos.

Vivimos sumergidos en el estruendo cotidiano, parte de una especie populosa de siete mil millones de ejemplares, pero cuando nos quedamos solos con nuestra individualidad y miramos hacia nuestro territorio, el reconocimiento de nuestros límites nos conduce, inevitablemente, a sentirnos como el residente en un territorio insular que, por mas que lo desee, no puede recorrerlo sin percibir que tiene una extensión limitada. 

Percibí ese sentimiento, digamos geográfico, de insularidad, en un viaje a Canarias, en el que nuestros anfitriones confesaban sentir la necesidad de tomar un avión cada semana, a Berlín, Amsterdam, donde fuera, para librarse de la sensación de encierro que produce habitar un espacio no continental.

Nuestros límites, sean geográficos, psicológicos, culturales, o intelectuales, operan así, tanto si vivimos en una isla como si no.

A eso me refiero cuando hablo de la insularidad, del encuentro con la propia y personal individualidad que, nos guste o no, es una realidad marcada por sus limitaciones, tanto en lo que se refiere a la introspección, como a las relaciones con los demás.

Esta reflexión me lleva a ponderar si no exigiremos demasiado a nuestros máximos representantes políticos. Son seres con sus límites, como nosotros, y desde su insularidad les pedimos que entiendan y resuelvan los problemas de todo un país. ¿No es demasiado?.

Si tenemos en cuenta que el G-20, un conglomerado de mandamases, la máxima expresión del poder del sistema, no es capaz siquiera de identificar a sus invitados, a que país representan, cual es su nombre y condición, ¿no será mucho pedir a Rajoy que identifique, entienda y resuelva los problemas del país, un archipiélago con cuarenta y siete millones de islas?.

No sé.

En fin. Islas.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN) 22-06-12.

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