lunes, 12 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (IX)

(….) “Mis primeras sensaciones al habitar el jardín fueron evocadas por la presencia del bosque mediterráneo. Cuando la luz de la tarde declinó, dejé de percibir esas señales. En la semioscuridad escuché la voz metálica del autómata volador, que contaba a los demás huéspedes de la pajarera sus experiencias como acompañante de Giaccomo Casanova, de quien fue una especie de factótum, hasta que Casanova se desprendió de el cuando le anunció su muerte inminente.

Todos los habitantes de la pajarera, el jilguero, las gaviotas y cormoranes, el águila real y el buitre leonado, así como una delegación de las mariposas Monarca y las arañas trashumantes, que acudieron expresamente para la ocasión, adoptaron una actitud expectante, esperando en silencio la intervención del autómata volador, quien comenzó su intervención sin entretenerse en preámbulos.

“En mi opinión, basada en la experiencia de mi larga convivencia con el, Giaccomo fue un narcisista que se miraba mucho al espejo intentando descubrir su propia identidad. Al no conseguirlo, inició una carrera desaforada de posesiones sucesivas, con la participación de las mujeres mas célebres de su tiempo. En esa ruta desesperada se fue volviendo cada vez mas exigente y mas viejo. A la vez que el evolucionaba, mas bien hacia atrás, la mujer que buscaba sin encontrarla parecía estar cada vez mas distante, y con ella, su propia identidad.

En esas correrías le acompañaba yo. Giaccomo tenía la costumbre de colocarme sobre un mueble frente a la cama que ocupaba con su amante de turno y me asignó la misión de avisarle con mi trino metálico de que era el momento de levantar el campo para buscar nuevas aventuras. Giaccomo pretendía con esas huidas sucesivas exorcizar su terror a quedar cautivo de alguna de aquellas mujeres extraordinarias y alimentar su vana ilusión de que en su siguiente experiencia encontraría por fin su identidad buscada.

Si Casanova hubiera asumido que la ausencia de identidad era una forma de identidad, la suya propia, no hubiera sido tan frustrante su búsqueda interminable. Tal vez hubiera enriquecido esa limitación con los infinitos colores de la variedad –-Trató de hacerlo, pero sin deshacerse nunca de su pesada búsqueda-- y el mundo le habría parecido mas ancho y mas hermoso.

La persistencia de rasgos tan rudamente contrarios en su personalidad, unos componentes tan primariamente masculinos y femeninos que parecían haber quedado sin cocer en su proceso de maduración, tenía un poder de seducción difícil de resistir, porque sus amantes percibían la delicadeza de su espíritu con una complicidad de género, pero a la vez sucumbían al perfume algo brutal de su instinto masculino con una indefensión desarmada y algo crédula. Acostumbradas como estaban a la simplicidad mundana no estaban preparadas para asimilar la dualidad y eso, claro, las desconcertaba.

Casanova no fue propiamente un hombre, sino una mezcla algo complicada de mujer y hombre, que conjugaba ambigüedad y perversión, sometimiento y dominio, manipulación y sumisión y el resultado de esas mixturas configuraba una sexualidad muy singular. Casanova no fue un maltratador, se limitaba a abandonar a sus amantes. Ignorante de si mismo, sus posesiones sucesivas, de las que yo fui testigo hasta el final, parecían proporcionarle un placer efímero, siempre ensombrecido por la búsqueda desesperada de su identidad. Creo que fue incapaz, obsesionado con esa búsqueda, de reconocer el verdadero valor de las mujeres con las que se encontró. Si hubiera nacido mas tarde, en lugar de seductor habría sido, únicamente, carne de psiquiatra.

Conmigo se portó bien, me llevó a todas partes, recorrí Europa y Oriente a su lado, pero al final, cuando le anuncié su muerte inminente, no pudo soportar la evidencia de que iba a morar sin saber quien era y me arrojó por el balcón a una calle veneciana llena de orines pestilentes y cagadas de perro. Afortunadamente, me recogió un anticuario, me limpió y restauró y, gracias a el, os puedo contar hoy esta historia, absolutamente fiel, de Giaccomo Casanova, veneciano.”

Cuando el discurso del autómata parlante –inspirado en una película que algunos habrán visto-- cesó, toda la colonia aviar de la pajarera había caído en un profundo sueño --¿Sueñan los pájaros?-- y el suave silencio de la quietud nocturna se extendió por los distintos lugares del jardín.

Entré en la casa y encendí el fuego de la chimenea. Permanecí un momento rememorando los elementos que habían acompañado mi primer día en ese entorno vegetal. El jacinto, el bosque mediterráneo, el autómata volador. Antes de retirarme pensé en aquellos otros de los que podría ocuparme al día siguiente. ¿Las flores funerarias, los helechos gigantes, el drago milenario, las arañas colgantes, las mariposas Monarca? Me dedicaré a todos, o solo a algunos. El orden lo decidiré según me lo indique mi ánimo azaroso."

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 12-10-09.

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