lunes, 19 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXII)

(….) “Después de un otoño entero, parte del invierno y unas setenta páginas habitando el jardín, por fin me he decidido a acercarme, dando un lento paseo, hasta el magnolio, con la intención de entablar conversación con el barón rampante, y hablarle de mi experiencia con el Príncipe de Salinas.

“--Cósimo ¿Por que motivo decidiste vivir en lo alto de los árboles?

--¿Quien eres tu que quieres saber algo sobre una decisión tan lejana en el tiempo?

--Soy quien ha plantado el magnolio para darte cobijo.

--En ese caso, me siento obligado a corresponderte. Verás, Saladrigas, que prologó el libro de quien me dio vida literaria, cuenta que decidí encaramarme a lo alto de los árboles y pasar allí el resto de mi vida, como rechazo a la autoridad que juzgué injusta y mezquina.

--¿Huiste, pues, de una realidad que te resultaba incómoda?

--No fue exactamente una huida. Saladrigas sostiene que desde las copas de los árboles que configuran mi atalaya, sigo interesado en el mundo de los hombres y en participar en los proyectos y deberes cívicos. Me pareció que para poder hacerlo con suficientes garantías de eficacia, es preciso que, ante todo, preserve mi individualidad y la singularice (…) para no ser arrastrado por la masificación impuesta.

--Y, ¿Que pretendes lograr desde esa peculiar atalaya?

--Calvino, mi creador, ha escrito de mi que pretendo imponer tercamente a mi y a los otros esa incómoda singularidad y soledad, en todas las horas y en todos los momentos de mi vida, como una vocación que es común al poeta, al explorador, al revolucionario.

--Sabes, Cósimo, he conversado –ayer mismo-- con el Príncipe de Salinas, aquel que dijo 'Es necesario que algo cambie, para que todo siga igual..' y me pareció que te habría agradado una conversación con el.

--Salinas tenía una vasta cultura, pero nunca fue un hombre de mi tiempo. A mi me interesaba el progreso, pero la mente de Salinas estaba orientada por una decadencia aristocrática. Consciente de que su tiempo había pasado, su escepticismo se proyectaba sobre los nuevos valores que anunciaban el porvenir, que eran la negación del mundo que el había conocido y trataba de defender, agónicamente, intentando imponer formas aparentes de cambio que petrificaran el anciano régimen.

Yo también soy escéptico pero, desde mi pesimismo, y aun a pesar de el, defiendo un sistema de valores éticos completamente opuestos a los de Salinas y, aunque te parezca mentira, desde aquí arriba, me esfuerzo todo lo que puedo en esa defensa.”

Cósimo aparenta unos sesenta años. Calvino cuenta que vivió hasta los sesenta y cinco, encaramado a las alturas sin renunciar a su tozudez, y refiere así el final de sus días:

“Cósimo (…) tienes sesenta y cinco años cumplidos, ¿Como puedes continuar estando ahí arriba? A estas alturas lo que querías decir lo has dicho, lo hemos entendido (…) ahora puedes bajar. Incluso quien ha pasado toda su vida en el mar llega a un momento en el que desembarca.”

(…) Dijo que no con la mano (…) Alrededor, en la plaza, había siempre un corro de gente que le hacía compañía, hablando entre si y a veces dirigiéndole algunas palabras, aunque se sabía que no tenía ya ganas de hablar.

(…) Una mañana (…) había subido a la cima del árbol y estaba a horcajadas de una rama altísima, con solo una camisa encima.

“¿Que haces ahí arriba?” No respondió.

Cósimo estaba allá arriba y no se movía. Empezó a soplar viento (…) en eso apareció en el cielo una mongolfiera … era un hermoso globo, adornado con flecos y franjas y borlas, con una barquilla de mimbre colgada y dentro dos oficiales....miraban con anteojos el paisaje que tenían debajo. También Cósimo había alzado la cabeza y miraba con atención el globo.

(…) la mongolfiera (…) comenzó a correr con el viento girando como una peonza, iba hacia el mar(...) El ancla volaba plateada en el cielo colgada de una larga cuerda y al seguir oblicuamente la carrera del globo, ahora pasaba sobre la plaza y estaba poco mas o menos a la altura de la cima del magnolio...

El agonizante Cósimo, en el momento en que la soga del ancla le pasó cerca (…) se agarró a la cuerda, con los pies en el ancla y el cuerpo encogido, y así lo vimos volar lejos, arrastrado por el viento, frenando apenas la carrera del globo, y desaparecer hacia el mar...

En la tumba de la familia hay una estela que lo recuerda con estas palabras: 'Cósimo Piovasco de Rondó. Vivió en los árboles. Amó siempre la tierra.” Y voló hacia el mar, añado yo.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 19-10-09.

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