jueves, 8 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (VII)

(….) “Si entras por la cuarta puerta del laberinto, después de un recorrido circular, llegarás al dominio del actor volador, pero solo encontrarás una silla vacía, con un cartel pegado en el respaldo
'Estoy sobrevolando las Bahamas, vuelvo enseguida'. Sería absurdo que alguien que disfruta de la facultad de volar se quedara sentado todo el día esperando la visita de algún despistado que ha tomado el camino equivocado.

Dicen que hay toda una literatura psicoanalítica –que yo no he leído-- que se ocupa del simbolismo del vuelo en el mundo de los sueños. Mi experiencia personal me indica que alguna relación hay entre los sueños y la vida, y que el acto de volar, o no, en los sueños, puede reflejar la mayor o menor altura que alcances en tu trayectoria vital. Claro que, para medir esa altura en términos relativos, primero tienes que haber deseado alcanzarla.

Si careces de deseos, como recomiendan algunos místicos orientales, solo con que te levantes un palmo del suelo, ese vuelo rasante puede parecerte satisfactorio. Si has deseado rozar los límites de la estratosfera, aunque vueles a siete mil metros, esa altura vital te parecerá insuficiente. Entre el techo y el suelo hay un sinfín de pasillos aéreos intermedios por donde transita la mayoría de la gente. Lo interesante, me parece a mi, es que la ruta por la que circules se aproxime bastante a la intersección entre tus deseos y tus capacidades.

La memoria de mis sueños solo alcanza a la edad preadolescente. Entonces leía las publicaciones juveniles que recibía desde México D.F. --un familiar trabajaba en la delegación de Espasa allí y me mandaba cajas llenas de cómics-- y guardo una imagen de mi mismo intentando volar como el Capitán América por las calles del barrio, sin conseguir mas que una mezquina elevación, seguida de un trompazo.

Ese sueño resultó premonitorio de los varios trompazos que han subrayado, con los años, mi vida adulta, de la que casi siempre han estado ausentes la linealidad y el proyecto. La ausencia de linealidad no es, necesariamente, peyorativa. Puede ser el reflejo de una cierta inestabilidad, pero esa ausencia de solidez aparente puede proporcionar una variedad de experiencias que, en ocasiones, el tiempo termina por cubrir con la piel de la coherencia.

En cuanto al proyecto, --la altura de los sueños-- siempre me ha parecido un concepto ajeno. Te pones a volar y vuelas. Después de cada trompazo, te incorporas de nuevo y sigues. Un día, sin que te lo hayas propuesto, te encontrarás en la cota de altura adecuada a tus capacidades. Puedes llamarle proyecto, si quieres. Para mi es, simplemente, la altura que te permiten alcanzar tus propias alas.

Algunos pueden volar razonablemente, aún con un ala rota. Otros, con capacidades aerodinámicas muy singulares, se estrellan y no vuelven a levantarse. Es el misterio del vuelo. No creo que ningún tratado psicoanalítico lo pueda explicar de manera suficiente.

Mientras estás leyendo el cartel, 'Estoy sobrevolando las Bahamas, vuelvo enseguida', aparecerá Bardem en vuelo rasante, cambiará el aviso y saldrá volando de nuevo, sin que puedas cruzar una palabra con el, en ruta hacia el mar galaico.

Si accedes al laberinto por la quinta puerta, eso no garantiza que estés libre de las molestias de los vegetales alienígenas, que están en todas partes, no solo en el laberinto, viven, sobre todo, en los entornos urbanos, pero te perderás la contemplación de la pasión mineral de los hombres planta.
A cambio de esa pérdida, te liberarás de las complicaciones del peligroso árbol de las palabras y tampoco echarás en falta la presencia del actor volador, siempre sobrevolando mares mas o menos lejanos.

Al final del camino circular al que se accede por esa quinta puerta, encontrarás un recinto abierto que comunica el laberinto con el jardín y, junto a esa salida, la fuente de los esqueletos de lémur.

El cartel que identifica la fuente no ofrece demasiada información. Al tener su origen en un escritor muerto, no estoy en condiciones de preguntarle mas.

'Entre menudos esqueletos de lémur, bate su tiempo el corazón del agua'

Esa línea, algo enigmática, es una cita de un libro de Cortázar que me tiene algo fascinado, pero es difícil desentrañar su significado. La relectura del libro parece indicar que está vinculada a un paseo que da el escritor siguiendo la ruta de las fuentes de Roma. Tal vez, mientras caminaba, imaginó el tránsito del agua por un arroyo subterráneo común a todas ellas. Hasta aquí, parece transparente la relación entre el entorno y la segunda mitad de la frase ...'bate su tiempo el corazón del agua', pero, ¿Que pasa con lo demás? ¿Que hacen ahí esos 'menudos esqueletos de lémur'?

¿Son parte de la memoria literaria mas antigua de Cortázar? ¿Alguna vez vio, en su infancia, esos despojos animales, asociados a algún cauce de agua? ¿Es un elemento relacionado con fantasmas o duendes?. O, tal vez, dado que está evocando el mundo subterráneo de Roma, se refiere a los restos de las catacumbas?

¿Habla realmente de esqueletos de lémur o son restos humanos que, en opinión suya, pertenecen a quienes no se habían desprendido del todo de su condición de primates, o son sus propios restos, entrevistos en el correr del agua que da sensación de tiempo, de eternidad? ¿Quizás el cadáver de su propia infancia, sacrificada en el tránsito a la madurez?

Tal vez la cosa es mucho mas sencilla, menos truculenta, y se trate, simplemente, de una rejilla metálica a través de la que se ve fluir el agua subterránea, cuyos barrotes le recordaron al escritor esos despojos animales. Tiene sentido. Uno puede imaginar la mirada melancólica de Cortázar viendo correr el tiempo en forma de agua a través de los barrotes de esa reja, semejantes a los huesos de un pequeño primate.

'Entre menudos esqueletos de lémur, bate su tiempo el corazón del agua'

'Entre barrotes, bate su tiempo el corazón del agua'

Cualquiera sabe. Tal vez Cortázar visitó la mañana de ese paseo el árbol de palabras y escogió un fruto comestible. Hay que ser un pedazo de escritor para contemplar fluir el agua subterránea por debajo de una reja y expresarlo de esa manera.

Espero que ahora quede mas claro porqué he puesto la fuente en el jardín. No solo está ahí como un homenaje a Cortázar, sino como una demostración de que el árbol de palabras no es, en absoluto, una creación personal, sino una realidad evidente al alcance de cualquiera que desee probar sus frutos.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 8-10-09.

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