sábado, 31 de octubre de 2009

BRONCHALES/ALBARRACÍN

Anoche regresamos de los Montes Universales algo cansados. Mas bien, hechos polvo, por eso he dejado para hoy, una vez restauradas mis energías gracias al sueño, la breve crónica del viaje, que no comenzó de un modo afortunado, pues nos costó 45 minutos largos recorrer dieciocho kilómetros de autovía debido a las obras que se están realizando para ampliar el número de sus carriles.

Después de tres horas, demasiado largas para un recorrido relativamente corto, llegó la primera alegría, pues el alojamiento que habíamos reservado resultó ser una acogedora cabaña de madera en el interior de un extenso bosque de pino albar, próximo a Bronchales, con una vegetación arbustiva muy interesante y una enorme variedad de hongos que crecen en los rodales habitados por los arbustos.

Una vez instalados en la cabaña, dotada de calefacción y agua caliente, y dado lo tardío de la hora de llegada, por los atascos que nos habían retrasado, reconocimos someramente el lugar y nos comimos un cocido que traíamos en una olla exprés, convenientemente acondicionada en el maletero del coche, que resultó ser una excelente manera de comenzar nuestra estancia en los bosques de Bronchales.

Por la tarde, hicimos una marcha a pié de cuatro kilómetros, que nos llevó hasta la cumbre de la Sierra Alta (1800 metros de altura). La subida del último repecho nos dejó sin aliento, pero a cambio pudimos disfrutar de la magnífica vista que incluye tierras de Aragón, Cuenca y Guadalajara, --dicen que en los días claros se ve el Moncayo-- y dejar nuestra huella efímera en el cuaderno donde firman quienes llegan a la cumbre, además de encontrar en el cuaderno una letra femenina anónima que había escrito en una de sus páginas 'Hemos estado follando todo el fin de semana'. Como se ve, el naturalismo no está reñido con la práctica del sexo, sino todo lo contrario.

Hablando de naturalismo, he traído una hoja de un arbusto muy abundante por aquellas tierras y, después de la oportuna consulta puedo afirmar que se trata de una vegetación arbustiva, el marojal, que en estos días pone el contrapunto de color dorado al verde de las coníferas, aunque no tan brillante como las hojas caducas de los árboles cercanos a los lechos de los ríos.

En nuestras andanzas por los bosques de la sierra no hemos dejado de buscar los preciados rebollones. Nos intrigaba ver internarse en el bosque a tantas personas cargadas con una cesta y cedimos al impulso de imitarlas, pero nuestra ignorancia micológica nos impedía distinguirlos. Bajamos al bar de Perico, en el pueblo, y allí pudimos observar el floreciente trasiego que dirigía el tal Perico con el comercio de esas setas, 'Lactarius deliciosus' Intentamos comprar unos pocos, pero se nos dijo que las veinte cajas que estaban apiladas estaban comprometidas.

Nuestra total falta de habilidad, nos impedía reconocer la presencia de esas setas comestibles, hasta que, después de varios intentos fallidos, fue en la zona acotada del bosque donde estaba la cabaña en la que aprendimos a encontrarlas, reconocerlas y cortarlas con cuidado por el pié. Los cercos anaranjados característicos que presenta su sombrero, su figura emergente entre la pinocha, se nos hicieron familiares y recolectamos unas dos docenas y media que, por su tamaño, alcanzarían los dos kilos y medio de peso.

Reservamos una parte para traerlas con nosotros, y el resto las revolvimos en la sartén con un poco de ajo para acompañar el rosbif. Ese éxito relativo despertó en nosotros el adictivo afán de la búsqueda y contribuyó a que acortáramos el tiempo de las excursiones, para dedicarlo a deambular por los bosques. A la mañana siguiente, visitamos Orihuela del Tremedal.

Los caminos por los que hemos transitado para visitar algunos pueblos de la zona son, en si mismos, un atractivo extraordinario. Andar por las rutas que se abren en estos bosques de pino albar, en alturas que rebasan a veces los mil setecientos metros, te da la sensación de que estás en otro país, en Austria, en Alemania, en Dinamarca. La densidad forestal es tal y la vegetación arbustiva propia de estas zonas altas tan característica, que le dan al entorno un aire algo canadiense.

La visita a Orihuela se prolongó hasta Orea y poco mas, porque la adicción de la búsqueda nos hacía regresar pronto a nuestra base en Bronchales, para volver a rastrear, palmo a palmo, en el bosque, aquel tesoro natural que estábamos aprendiendo a descubrir. Por la tarde, dimos un paseo a pie por el camino del Borrocal, y la abundancia de majoral junto al camino le daba al entorno un inconfundible tinte otoñal.

En la mañana del día siguiente nos adentramos en la Ruta del Alto Tajo. Visitamos Griegos, donde creo que dejé olvidadas en la taberna mis gafas de sol. En un lugar de esa sierra nace el río Guadalaviar, pero no llegamos hasta el pueblo de ese nombre, porque ya lo conocíamos. La iglesia de Griegos estaba en obras, como casi todos los diminutos pueblos de la comarca, como acreditan los carteles del Plan del gobierno, allá donde vas.

Al tercer día de estancia en los bosques de Bronchales, noté que mis pulmones de fumador respiraban mucho mejor y que el agua de la sierra parecía haber depurado mi aparato gastro- intestinal. En un bar del Pueblo, el del sordo, mientras nos servía una tapa de solomillo con rebollones, el dueño nos contó la leyenda local según la cual, hace sesenta años, un médico valenciano trajo aquí a su hijo tuberculoso y, al ver que se curaba, la influencia de esa curación convirtió desde entonces a este lugar en poco menos que un centro de peregrinación que, cuando se acerca el verano, llena todos sus alojamientos disponibles, incluso las casas particulares, con los habitantes de los pueblos que viven a cero metros sobre el nivel del mar. Pese al indudable efecto benéfico en mi mala salud de este clima de montaña, mañana, tenemos que regresar.

Elegimos volver visitando de paso Albarracín, que ya habíamos visitado muchas veces, pero siempre desde Teruel. Ahora estábamos en Bronchales y no se nos ocurrió estudiar de una manera mínima la ruta a seguir. El resultado de esa ligereza nos llevó a dar un rodeo innecesario, muy criticado por nuestras compañeras de viaje. --Estos dos parecen gilipollas. Dijeron.--Mira que tomar la dirección de Alcañiz, que está justo en el lado opuesto, en lugar de tomar el desvío que hay a la salida de Bronchales. --Con lo mal que me sienta a mi viajar en coche, encima, hacemos kilómetros de mas. --Es que son gilipollas. No hay remedio. La próxima vez cogeremos nosotras el coche y, ellos, de acompañantes.

Finalmente, después de un rodeo que se parecía bastante a un trazado circular de casi 360º fuimos a parar a Cella, donde nos perdimos tres veces, --que gilipollas-- antes de encontrar el desvío a Gea de Albarracín en la A1512. Por fin, llegamos a Albarracín, que les voy a decir que ustedes no sepan. Tomamos una cerveza y unas cortezas de cerdo en la taberna de la plaza, callejeamos un rato, la catedral en obras, como todas, y luego cruzamos el puente del arrabal y, en la carnicería que hay entrando a la izquierda, compramos un poco de embutido para llevarlo a casa, unas morcillas de arroz y un par de longanizas de Aragón, sin curar, para hacerlas a la parrilla.

Después tomamos la carretera que va al pinar y nos detuvimos en el área recreativa que está en el lugar conocido como Abrigo del Navazo. Un pinar de rodeno. Una variedad arbórea muy distinta del pino albar. Fuentes y pinturas rupestres. Una fauna aviar interesante. Por la tarde, después de comer un pollo asado y una tortilla de patatas empaquetados, que habíamos traído desde Valencia, --made in Mercadona-- volvimos por la A1512. Nos detuvimos en la ribera del Guadalaviar para admirar el espectáculo que componen en esta época del año las choperas y olmedas que, junto a los fresnos, dan carácter a este entorno fluvial. Dicen que el otoño es una estación del año algo melancólica. En este lugar y en este tiempo, el paisaje es una fiesta de color que hay que recomendar a quien pueda y quiera disfrutarla.

Si salen de Valencia, solo tienen que tomar la A23 a la altura de Sagunto y al llegar a la desviación de Torremocha tomar la A1511 que va a Bronchales, por Pozohondón. Si una vez allí, quieren volver por Albarracín, o visitarlo, no hagan como nosotros, no sean gilipollas, pregunten. En cuanto al alojamiento, una cabaña en el pinar de Bronchales, en pleno bosque, para 4/6 personas, cuesta, ahora, sesenta y cinco euros por noche. Si se llevan el perro son diez euros más. Para mas información ver en Internet, LAS CORRALIZAS.COM Para quienes prefieren otro tipo de alojamientos, en Bronchales y Albarracín hay hoteles de diferentes categorías, como todo el mundo sabe.

De nada.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 31-10-09.

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