(….) “En la llanura de Heliópolis las calles se suceden unas a otras sin ningún cambio de rasante. No hay pendientes, colinas ni barrios altos a los que acceder en ascensor. En la ronda que cierra esa monotonía, los infartados y otros vecinos preocupados por su nivel de colesterol dan paseos circulares a velocidad variable, intentando hacerse con una parte mínima del control de su propio destino.
Ese trazado urbano blando, sin desniveles, contribuye a que el número de víctimas de su propio esfuerzo de supervivencia sea mínimo, pero a otros vecinos les hace evocar, a veces, la nostalgia de otros trazados, de otros barrios, Alfama o Chiado, en Lisboa; los barrios recostados, como pliegues, sobre las colinas romanas, las calles de agua venecianas y las ciudades que se acogen a la proximidad de las montañas donde se apoyan, renunciando a la continuidad de los trazados planos.
En las ciudades planas casi nunca ocurre nada. No hay ejércitos que traten de tomarlas. Como no hay fortalezas que las defiendan desde elevaciones estratégicas, el esfuerzo guerrero se revela innecesario para tomar una ciudad de puertas abiertas. Las puertas están abiertas para entrar y también para salir. Será por eso que, cuando los arqueólogos hacen un corte en la profundidades del suelo urbano, se revelan, en estratos sucesivos, los vestigios que dejaron todos aquellos que pasaron por ellas, sin necesidad de librar grandes batallas, en episodios que la historia suele contar como si se tratara de gestas heroicas, aunque es posible que aquellas invasiones procedieran mas bien de las migraciones y nomadismos que precedieron a la civilización de la comodidad sedente.
En la llanura de la ciudad plana un día se parece a otro día, aunque hoy, declarado día sin coches por un tímido gesto ecologista de las autoridades municipales, –lo mas opuesto al ecologismo que se pueda imaginar, aunque haya que agradecer los autobuses eléctricos-- el centro de la ciudad ofrecía un espacio de privilegio para que los vecinos caminaran sobre esa geografía de montañas ausentes.
Junto a esa monotonía,. esa ausencia de acontecimientos, las nuevas migraciones, silenciosas y pacíficas, dejarán sus vestigios sobre las calles planas que habiten en el estrato que les haya correspondido y los arqueólogos que lo destripen a su debido tiempo, quedarán sorprendidos al descubrir la rica variedad multiétnica de este tiempo, y tal vez los antropólogos elaboren teorías sobre las condiciones que se dieron aquí y que hicieron coincidir, en el mismo lugar y tiempo, pueblos de tan diverso origen cultural.
Concluido el paseo por Heliópolis, al regresar al jardín, descubrí en el buzón un sobre con membrete del Reino Unido. Al entrar en casa, con intención de leer la carta, miré al bancal de las flores y me llamaron especialmente la atención los crisantemos, flores que en ocasiones se utilizan para adornos funerarios.
(No voy a dar detalles del contenido de la carta, porque ya aparecen en su integridad en la página 'Lovelace', muy visitada por cierto, a pesar de su antigüedad.)
Hasta ahora, la estancia en el jardín me ha resultado particularmente intensa. Me apetecía retirarme a descansar, pero antes me he impuesto la disciplina de reunir aquellos elementos sobre los que aún queda algo que decir. Manglar. Tórtolas. Arces. Jilgueros. Gaviotas. Águila. Lilas. Álamos. Cedros. Jardín de cactus. Cocoteros. Avellano. Rincón Zen. Alberca con nenúfares. Ignoro lo que podrán dar de si, pero hoy estoy demasiado perezoso para averiguarlo”.
CONTINUARÁ
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 13-10-09.
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