viernes, 30 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXXI)

(….) “Me preguntaba porqué se había suicidado el náufrago. Es verdad que su mujer le había dejado. Le habían robado el coche. Pero el parecía haber encajado bien esas pérdidas, aunque es cierto que no solía expresar sus emociones y era difícil adivinar lo que se cocía debajo de su hermetismo.

Yo tenía una llave del piso, como los demás compañeros de partida que jugábamos con él al Continental. Después de muchas vacilaciones, decidí ir allí a investigar. En una estantería, entre las hojas de un libro de Raimond Chandler de mas de quinientas páginas, encontré su minucioso relato de los hechos.

“Hacía una mañana deliciosa. Septiembre se despedía con esos días luminosos que suceden al tiempo de borrasca, con la atmósfera limpia por la lluvia caída en los últimos días. Había cogido el coche y estaba detenido junto a un semáforo, con una sensación de maravilla en la mirada, contemplando la vida que se manifestaba por todas partes.

Un súbito estruendo me sacó del encantamiento. Miré y vi que mi auto se había desplazado varios metros. Bajé y vi el coche convertido en un móvil mixto, su mitad delantera seguía como siempre, la trasera era un amasijo de hierro y plástico irreconocible. Detrás había otro vehículo, ocupado por dos hombres, uno, mayor, lo conducía, otro, mas joven, lo acompañaba.

Sin inmutarme, saqué uno de los partes amistosos que llevo en la guantera, lo rellenamos, lo firmamos y nos despedimos sin ninguna hostilidad. Por suerte, había una grúa estacionada cerca. Siempre ocupa el sitio reservado para la parada del autobús. Inexplicablemente, nadie le dice nada. Se llevó lo que quedaba de mi coche, un Skoda Octavia, al concesionario más próximo, donde quedó hasta que yo hablara con la compañía de seguros.

Mi agente de seguros es un poco bandarra. Tiene un aire curial y unos grandes ojos místicos, un vozarrón de potencia operística que conserva un fuerte acento rural, y aunque se que alguna vez se ha mezclado en asuntos turbios, le tengo un afecto consolidado por el tiempo y por el hecho de que conmigo se ha portado lealmente.

Se que se ha largado de alguna compañía con el efectivo de los recibos de los clientes, y que en la actual ha suscitado algunas dudas sobre la veracidad de algún siniestro declarado por su mediación, para favorecer a alguien. A pesar de ese historial, no le he retirado mi confianza y nunca me he beneficiado de sus chanchullos.

Cuando intenté pasar el parte a mi agente, estaba de vacaciones. Esperé su regreso y se lo hice llegar. A los pocos días me avisó de la actuación del perito. Me llamó el concesionario para confirmarme esa visita, fui al taller y el encargado me informó que no había llegado a un acuerdo con la compañía, debido a discrepancias en el precio de la hora de taller.

Se extendió el encargado en explicaciones y me confió que ellos tenían un subcontratista que trabajaba mas barato, pero que si mi coche terminaba allí, el subcontratista no aceptaría el precio marcado por la compañía porque ellos, que le mandaban mas coches, lo impedirían. Me pareció un asunto raro, algo viscoso. Tuve que llevarme el coche a otro sitio, con una grúa, claro.

Por la tarde me llamó el perito. Le hablé de mi conversación con el encargado. Parecía interesado en los argumentos del concesionario. Cuando supo que se me había trasladado el argumento del precio, se escandalizó, como si se hubiera roto un pacto de confidencialidad y silencio.

Insistió mucho en que el precio no era el problema y aludió a la subcontratación insinuando que yo debía llevar el coche al taller subcontratado, pero cuando le pedí que me dijera, claramente, adonde debía llevar el coche me dijo que, de ningún modo, que yo era libre de llevarlo donde quisiera.

Cuando le dije, supongamos que lo llevo al mismo sitio, me contestó, entonces haremos una peritación sin compromiso. ¿Que significa eso?, le dije. Con una sonrisa aviesa, que se le vio a través del teléfono, aunque no era de pantalla, concretó. Pues, usted paga la factura de la reparación y la pasa a la compañía. No dijo, no hacía falta, que me pagarían un precio inferior, el suyo, al facturado por el taller.

Yo no quería verme envuelto en un conflicto ajeno entre compañía, concesionario y subcontratista, así que sugerí, ¿Porque no llevo el coche a un taller cualquiera? Aquí mismo, en la calle donde vivo, hay uno. Eso le pareció de perlas al perito. Haremos una peritación sin compromiso, dijo. Cuando me preguntó, ¿Entonces, está claro?, un impulso colérico me hizo elevar la voz y contestar, no, no está claro. Ya veré lo que hago. Colgué. A los diez minutos me llamó de nuevo. La fecha del parte. Que porqué había tardado tanto en entregarlo. Mi agente estaba de vacaciones, le dije. Cómo había ocurrido el siniestro, en fin, pegas.

Ese mismo día me llamó el conductor contrario. Le habían llamado de mi compañía, dos veces, para preguntarle por el siniestro, que como era eso, que si yo ya había arreglado el coche. Están evaluando los daños, le dije.

Llamé a mi agente. Tu compañía, ¿que está haciendo?. Por ahorrarse seis euros la hora de taller me está fastidiando ¿Prefiere que cancele mis pólizas, las de mis vecinos y amigos que han contratado con ellos porque yo les he dicho que pagan los siniestros sin marear la perdiz?. Te iba a llevar seis mil euros para el plan de jubilación, pero ahora me lo estoy pensando.

--No es eso. Es que las compañías tienen acuerdos entre ellas y esos acuerdos son de hierro, no van a pagar mas por la hora de taller que lo que tienen establecido. No van a romper esos acuerdos por el beneficio que les dan tus pólizas, que además te las puedes llevar en cualquier momento.

--Entonces, dime ¿Que hago?

--Las compañías lo único que intentan es amarrar y ratear en sus costes. Lo hacen todas. Me temo que no hay nada que hacer.

--Pues, ¿sabes?, tengo intención de pedirle un papel al concesionario, llevarlo al abogado, pedirle que le de la máxima difusión. Después buscaré a un especialista listo, que agrupe a los talleres de reparación y que presente una demanda colectiva ante el tribunal de defensa de la competencia contra tu compañía y las que comparten esos acuerdos, por abuso de posición dominante. Luego me pondré a escribir cartas a la prensa local y nacional y trataré de convertir este asunto de mierda en materia de telediario, lo que no será difícil, teniendo en cuenta que aún está reciente el conflicto de las grúas, y a los redactores les encantan las noticias que pueden estirarse días y días.

--Tu no sabes lo que dices. El tiempo que tendrás que dedicar a todo eso no te compensará los resultados.

--Tengo todo el tiempo del mundo. Aunque preferiría dedicarlo a otra cosa, no me resigno a dejarme presionar por esa gente.

--Mi consejo sincero es que llegues a un pacto y te dejes de actitudes buscapleitos. No te llevarán a nada bueno. Tu verás. Eres libre de hacer lo que quieres. Pero, no deberías meterte en charcos de los que puedes salir salpicado.

Cuando la gente como yo tiene que elegir entre dos alternativas, siempre termina por escoger la que le complica mas la vida.

Declarada la guerra a la compañía, durante los meses siguientes no pude ocuparme de otra cosa. Visitas a organismos oficiales, reuniones con abogados, visitas a talleres, consultas a especialistas. Horas y mas horas dedicadas a contactos con la prensa, cartas a los periódicos. No me quedaba tiempo para nada mas. La predicción de mi agente se estaba cumpliendo y no estaba obteniendo ningún resultado. Mi mujer me abandonó.

Abandoné mis gestiones, descorazonada, cuando, sin esperarlo, el telediario de la tarde dio la noticia de la presunta existencia de un pacto entre compañías de seguros, que estaban abusando de su posición dominante en perjuicio de sus usuarios y proveedores de servicios.

Al día siguiente, recibí una llamada de la compañía ofreciéndome una peritación completa y conforme de los daños de mi coche y la posibilidad de llevarlo a reparar a mi concesionario, sin ningún problema.

Cuando retiré el coche reparado, pensé que el coste de aquella pelea había sido excesivo. Dos meses de mi vida y el fracaso de mi matrimonio era demasiado, pero me quedaba un resto de satisfacción por el desenlace justo de aquella difícil prueba. Mi sentido de la dignidad se había reforzado.

Dejé el coche estacionado y me fui a descansar. Me sentía agotado por el trajín de los últimos meses. Dos días después fui a por el coche, para reanudar mi trabajo, pero no estaba donde lo dejé. Por la tarde recibí una llamada anónima. Mi coche estaba, inservible, en un desguace próximo. Fui a reconocer su estado. Abrí, con dificultad, la puerta del conductor de lo que volvía a ser un amasijo de hierros. En el suelo encontré una tarjeta de visita, que debió caerle a alguien de la compañía.

Pensé en lo que podía haber sucedido. La compañía habría llamado a un tercero, alguien que les hacía los trabajos sucios. --Oye, llama a quien tu sabes y que estrelle el coche del pájaro ese y que se lo lleven al desguace. No queremos volver a oír hablar de el.

La pérdida del coche me impidió volver a trabajar. Como no encontraba trabajo, mi mujer se negó a volver conmigo. Después de la pérdida de mi mujer, de mi trabajo, del coche, no me apetece vivir en un mundo dominado por las grandes corporaciones. Ahora ya sabéis el motivo de mi nota en el cuaderno de planificación. Veintitrés horas. Suicidio.”

Concluida la lectura de las notas halladas entre las hojas de la novela de Chandler, abrí la ventana del apartamento. Un viento gélido helaba el asfalto de las calles de Heliópolis, en uno de los días mas crudos del invierno. Arrojé el puñado de hojas sueltas por la ventana y cayeron planeando como aviones de papel. Al llegar al suelo, observé como el rodillo de una apisonadora que realizaba obras en la calzada las dejaba pegadas en el asfalto helado.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 30-10-09.

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