sábado, 17 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XX)

(….) “Recibí al día siguiente la esperada llamada telefónica y pude reanudar la entrevista a la mujer de Marc, para que me contara el resto de su viaje a Marruecos, según ella, el país de los cedros.

--Me dijo usted ayer que, después de visitar Marrakesh, continuaron con su viaje....

--Al día siguiente estuvimos en Meknés. Una ciudad fortificada muy bien conservada, con unos establos reales que me recordaron, por su dimensión, las Termas de Caracalla, en Roma. Lo malo fue el calor. Cincuenta grados a la sombra. Nos refugiamos en un comercio de alfombras. No se si sería por la temperatura, o por el brebaje que nos dieron, pero sentí que la cabeza me daba vueltas
y tuve unas visiones muy raras.

Me vi saliendo por la ventana, montada en una alfombra que volaba a gran velocidad. A mis pies veía los morabitos, adonde se refugian los hombres santos buscando la serenidad de su espíritu. Volaba por encima del Atlas Medio y veía a las mujeres, con sus coloridos vestidos, lavando en las riberas de los ríos. Sobrevolaba los bosques de cedros y veía a los pescadores de cangrejos en los arroyuelos medio ocultos por la masa forestal. Marruecos era verde, yo no me había percatado en las visitas urbanas a ras del suelo, pero era verde.

En los suburbios de las ciudades veía casuchas inmundas, que parecían haber sido ocultadas a los ojos de los viajeros y ahora, en este vuelo rasante, sentada en la alfombra, aparecían en toda su miserable realidad. Volé sobre Volubilis, el enclave romano, antigua capital administrativa y vi los mosaicos que brillaban al sol, desde las alturas, con sus colores originales. El clima seco, es el mejor para las piedras. Están como el primer día.

Pero yo me estoy mareando, con este calor y la velocidad del vuelo. Mira, allí está Casablanca. El bar de Rick, con piano y todo. Rabat. El palacio real , con ese enorme estanque rectangular. A ver si puedo planear y pillar un poco de agua para mojarme las sienes. Me estoy mareando.

--Mójele las sienes, a ver si vuelve en si, con este calor, claro, se ha mareado.

Cuando volvimos al hotel me di un baño de agua fría. Por la noche, me tomé un copazo de ginebra y zumo de limón y nos fuimos a la discoteca.

--¿Volvieron a viajar juntos, usted y Marc?

--Después de lo del reptil, la verdad, ya no he tenido ganas de volver a intentarlo. Hemos vuelto a viajar, pero lo hicimos por separado.

--Gracias. Ha sido usted muy amable.

--Se me han quedado cosas en el tintero, pero, claro, ese viaje lo hicimos hace mas de diez años,o sea, el siglo pasado, ya sabe...

--De todos modos, gracias, me servirá.

--Tome algo antes de marcharse...

–.Se lo agradezco, pero no tengo tiempo. En otra ocasión.”

He dedicado a los cedros unas mil quinientas palabras. No está mal para un hipoactivo. Se ocupan de los hiperactivos, hay una preocupación social, pero ¿Que pasa con los hipoactivos? Como no molestamos a nadie, quienes tenemos aversión al esfuerzo físico, compensamos esa pasividad con la escritura, lo que, en algunos casos, puede ser una amenaza para los sufridos lectores..

Ahora vuelvo al jardín. Me proporciona una cierta sensación de serenidad contemplar la vida vegetal desde el sillón de mimbre en las tardes invernales. Todavía no he tenido contacto alguno con el barón rampante, que elucubra en soledad encaramado sobre la copa del magnolio, distanciado del mundo que observa desde su privilegiado mirador. Prefiero dejarlo tranquilo, por ahora, pero, antes de concluir este retablo vegetal, tal vez tengamos ocasión de compartir algunas reflexiones.

En cuanto pueda, me dedicaré a los cocoteros. Cuando uno escribe esa palabra, casi siempre la asocia a una isla del Caribe. Resulta que en aguas españolas hay una isla que es propiedad de un residente extranjero. Pues allí, precisamente, es donde voy a situar los cocoteros de mi jardín.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 17-10-09.

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