viernes, 2 de octubre de 2009

EL SOMBRERO

Leí hace mucho tiempo, tanto que ya lo había olvidado, el libro del neurólogo Oliver Sacks, 'El hombre que confundió a su mujer con un sombrero' y aunque ya no recuerdo bien los argumentos que exponía, quedan rastros en mi memoria de que lo acogí con cierto escepticismo.

Esta mañana no he bajado al Maravillas a desayunar, porque mi ánimo todavía está en tránsito de adaptarse al cambio estacional y al prepararme el café con leche en casa, en lugar de servir la leche en la taza preparada sobre el banco de la cocina, la he derramado sobre el cenicero que había al lado.

No es que yo haya derramado la leche por falta de control de mi mano, sino que la he dirigido al cenicero vacío con exacta precisión, por una percepción alterada que me ha llevado a confundir un objeto con otro. Enseguida me ha venido a la memoria el libro de Sacks, porque si yo confundo un cenicero con una taza, no hay razón para dudar de que otro no distinga entre su mujer y un sombrero.

Al parecer, una tensión emocional excesiva puede provocar esos fallos de la percepción que, si no son permanentes, no pasan de una curiosidad neurológica. Vi el rostro de Camps por televisión, expresando una falsa alegría que trataba de ocultar el pánico incontrolado que siente ante el vértigo del vacío político al que se aproxima, y su confusión con la realidad objetiva que le llevó a permutar su propia situación personal con la de otro sujeto político, como si esa transmutación tuviera el benéfico efecto de liberarlo de la tremenda tensión emocional que la realidad objetiva ejerce sobre el.

Su expresión me pareció antes que nada, infantil. Me recordó la de algunos niños tozudos que, cuando reciben una colleja, declaran, sonrientes, --No me has hecho daño. Cuando la percepción errónea de la realidad es un simple episodio puntual, se queda en una mera anécdota, pero si se convierte en una alteración cotidiana, repetida, permanente, es recomendable visitar a algún especialista para tratarla.

Una cosa es manipular la realidad, o expresarla del modo que convenga a los propios intereses, lo que en política se está convirtiendo, no por fortuna, en habitual, y otra muy distinta caer en el síndrome del sombrero, perder, de modo permanente, la capacidad sensorial de reconocer los objetos,las personas, por su propia morfología, verlos de un modo distinto a como son en realidad.

Sospecho que esa alteración perceptiva no es nueva en el caso de Camps, no está motivada solo por un exceso de tensión emocional derivada de los acontecimientos recientes, sino que viene de antiguo. Eso podría explicar que se rodeara de amistades tan poco recomendables, que no supiera reconocer las verdaderas motivaciones de quienes se acercaron a el con fines poco claros.

No es de extrañar que alguien que libró una batalla tan cruenta con Zaplana y sus seguidores, dentro de su propio partido, para afirmar su posición, saliera herido con secuelas graves y su capacidad para percibir la realidad objetiva se viera afectada por esa tremenda experiencia.

Lo que parece evidente es que quienes le han rodeado desde entonces, sus turiferarios y colaboradores, no se han mostrado convincentes para aconsejarle que buscara ayuda profesional para superar esa incapacidad suya sobrevenida para el reconocimiento de los objetos y las personas tal y como son realmente. Eso le habría ahorrado muchos disgustos.

Ahora tiene una nueva oportunidad para tratar de superar, con ayuda, esa limitación. Ya que se niega a hacer dimitir a alguien, podría dimitir el mismo, por razones de salud. Sería una salida digna y, quienes estamos atentos a la observación de la realidad, tazas y ceniceros aparte, entenderíamos perfectamente su decisión. Si se empeña en permanecer a toda costa, cualquier día le veremos, en un acto de partido, darle la mano a un jarrón, en lugar de a un personaje público, y eso si que sería lamentable.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 2-10-09.

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