“HOY ES UNO DE NOVIEMBRE. Día de difuntos. Anoche recibí a unos amigos para cenar. Entramos con unos frutos secos y media botella de fino. Puse cerveza de malta 5,5º para acompañar la ensalada de lechuga en juliana, carlota rallada, bonito del norte, aceitunas verdes, rabanitos y huevos de codorniz, aliñada con aceite de oliva virgen, limón, sal y pimienta. Luego una botella de Barbadillo. Una bandeja de anchoas naturales sobre un lecho de rodajas de tomate. Queso de cabra gratinado sobre pan a la brasa con semillas de sésamo. Pimiento asado con bacalao y tortilla de patatas con tropezones de jamón serrano.
Todo en plan informal. Después, mientras vimos empatar al club local, un café irlandés, y luego unas manos al Continental. Perdí. Luego tomamos unos lácteos reductores del colesterol. Mi amigo dijo que aquello no servía para nada, porque el tenía un nivel muy bajo de colesterol en sangre, pero se le introduce en las arterias y se transforma en eritemas que las obstruyen. Yo, la verdad, no se que es eso de los eritemas y, además, acabo de levantarme y no tengo la cabeza muy clara todavía.
No suelo hacerlo, pero hoy he bajado al jardín por la mañana. Mi amigo, el del estudio de diseño, puso aquí en el jardín la luz de las seis de la tarde y resulta un poco extraño mirar desde el sillón el horizonte declinante de una tarde de invierno, y escuchar al mismo tiempo el toque de campanas, algo lúgubre, de las nueve de la mañana, que se expande desde las iglesias de Hleiópolis.
Coincidiendo con el toque de campanas, comienzan a desfilar por el jardín diversas personas a las que yo había conocido, pero a las que hace mucho tiempo que no veía. Ramiro, a quien vi por última vez en la sala diez del tanatorio municipal. De familia de marineros, los avatares de la vida le llevaron a realizar siempre su trabajo en tierra, y ahora conserva en sus ojos azules la nostalgia del mar. Gerard, que vivía en el ático. Siempre trabajó con alemanes, en una delegación de la industria de la imagen impresa, antes de que las cámaras digitales terminaran con el negocio del papel fotográfico. Una regulación de empleo. Aquello no le hizo mucho bien. Era demasiado joven para jubilarse y demasiado mayor para encontrar otro trabajo. La ansiedad se lo comió por dentro. Un día se lo llevaron para intentar reparar los destrozos de una peritonitis, y ya no supe mas de el. Ahora está aquí, con su aire manso de siempre y su voz tranquila, para dar testimonio de su presencia en un día tan señalado.
Después de Ramiro y Gerard, aparecieron una decena de personas, hombres y mujeres, todos vestidos de domingo, aseados, pero sin alardes, a los que no reconocí, pues, si acaso, los había visto de niño, pero todos parecieron reconocerme y me saludaron con discretas muestras de afecto.
Apenas permanecieron, todos ellos, unos minutos en la rotonda donde está la pajarera. Después, con el mismo silencioso orden con que habían aparecido, se fueron.
Salí a estirar las piernas por las calles llanas de Heliópolis –la cena y el consumo de alcohol de la noche anterior me habían entumecido un poco- y observé con atención a las personas con las que me encontraba. La hornera. --Una barra de cuarto, por favor. El estanquero. --Un paquete de Ducados, negro, blando. El vendedor de prensa. --Hoy me llevaré 'Levante' y la taza que trae. Los vecinos y vecinas que paseaban a sus perros, por las calles poco frecuentadas. Nos saludamos.
Cuando regresé a casa, lo hice perplejo por lo que acababa de descubrir. Las personas que había recibido en el jardín mientras sonaba el toque de difuntos eran, en todo, idénticas a las que me había encontrado en mi paseo matinal. Por mas que busqué, no encontré ninguna diferencia que los individualizara, entre quienes ya no estaban vivos y quienes, de momento, les sobrevivían. Enseguida me formulé, claro, la pregunta que todos ustedes suponen, ¿A cual de los dos grupos pertenezco yo? No encontré respuesta.
Entonces creí comprender el sentido de la --¿Podemos llamarla así?-- festividad a la que se dedica este día. Si todos somos vivos provisionales, y una parte de la gente tiene la creencia de que la muerte es un estado provisional, lo que yo veo de común en ambos grupos es eso, lo provisional de nuestra respectiva existencia, o no existencia. Tal vez lo que se celebra hoy es un encuentro entre iguales, marcado por una naturaleza común, aunque los que, de momento, sobreviven, sostengan la falsa creencia de que están vivos. Están vivos, si, pero solo por un tiempo, mas o menos dilatado.
Algunos de estos vivos que dejan correr la vida sin sentirse casi muertos, todavía se esfuerzan por reforzar su individualidad. Yo dejo correr la vida con la aspiración de extraer mi cosecha diaria del árbol de palabras, ahora seco por el frío del invierno y me dedico a la vida contemplativa desde este rincón del jardín que el proyectista ha diseñado para mí. Desde el sillón de mimbre observo el niño que fui, sentada sobre la plataforma del nenúfar y aunque es invierno en el jardín, fuera se escuchan los toques de campanas de las iglesias de Heliópolis, como si hoy fuera uno de noviembre y la ciudad estuviera llena de flores, trasladadas de un sitio a otro, y la fragancia que dejan en el camino es como un rastro odorífero que cubre las calles llanas y monótonas, ocultando, temporalmente, los olores de alcantarilla que afloran cuando se aproxima una tormenta.
Ayer llovió en Heliópolis y el viento del sur ha terminado por secar el asfalto mojado, pero en el jardín de papel nunca llueve y los árboles, arbustos y flores, están siempre iluminados por la luz de las seis de la tarde, y aunque en el exterior todavía asoman los restos del otoño, el jardín seguirá siendo invernal, hasta que yo decida visitar la carpeta y extraer la representación primaveral del mismo espacio.
Se podría decir que, por ahora, vivo en dos tiempos distintos. Uno interiorizado por el estatismo crudo del jardín, y otro caracterizado por las señales que me llegan del exterior. Y esta dualidad temporal me enriquece, aunque es un poco inquietante.”
CONTINUARÁ
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 21-10-09.
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