viernes, 16 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XVII)

(….) “La isla en la que vivía era un territorio fabricado por el mismo, del que había expulsado gradualmente todo signo de vida, pero no había podido deshacerse del tiempo.

Primero dejó de regar las plantas del porche de su destartalada cabaña y lo que antes fue un pequeño mosaico vegetal habitado por el azul pálido de las lilas en primavera, ahora era un cementerio de botes pintados de colores.

Después dejó de alimentar a su perro que, acostumbrado a comer de su mano, se mostró incapaz de buscar la comida por si mismo y murió de consunción, después de ensayar todos los lamentos de los que fue capaz para intentar reanudar la comunicación con su amo.

Los animales salvajes que merodeaban la cabaña, al percibir aquella desolación, huyeron espantados de ese lugar donde la vida estaba desapareciendo velozmente. Las nubes que habían alimentado con su lluvia la vida vegetal circundante, se fueron a otra parte.

El tiempo permaneció, pero su naturaleza, su ritmo, cambió. Ahora era una masa gelatinosa que apenas se movía, salvo para confirmar la persistencia de los ciclos del día y la noche. La fracción de tiempo que antes dedicaba a cuidar su mínimo jardín y a pasear a su perro, se constituía ahora en parte de ese magma inmóvil, homogéneo, indiferenciado, al que había intentado expulsar de su territorio, sin conseguirlo.

Primero lo intentó cerrando los ojos durante un buen rato, pero cuando los abría de nuevo, nada le indicaba que el tiempo hubiera dejado de existir, ni que se hubiera movido. Después tomó la absurda decisión de sacrificar un ojo. Se dejó tuerto con un hierro caliente, pensando que al reducir la visión del espacio a la mitad, su percepción del tiempo se reduciría igualmente, pero no fue así.

Cada día, al amanecer, cuando se despertaba, la visión de su único ojo sano le confirmaba la persistencia del tiempo, en cambio observó que el espacio se estaba reduciendo, incluso, mas allá de lo esperado por haber sacrificado su visión a la mitad. A medida que el tiempo crecía y su presencia se hacía mas amenazadora, el se recluía en un espacio cada vez mas reducido y ese encogimiento, esa reclusión voluntaria, tenía la propiedad de extender la duración de los días y las noches cada vez mas.

Apenas le quedaba un metro cuadrado de espacio vital y el tiempo se había agrandado de un modo desaforado. Parecía que lo que comenzó con unas lilas descuidadas y un perro mal alimentado, iba a terminar fatalmente por la extinción hasta el cero de su espacio vital, cuando un sutil cambio en la dirección de los vientos trajo de nuevo las nubes, que trajeron la lluvia, que hizo crecer las lilas, que atrajeron, de nuevo, a los insectos, y estos a los pájaros insectívoros, luego llegaron otros depredadores.

Su perro, sin embargo, no volvió. Fuera del tiempo, fue la víctima sacrificada para que el, por fin, entendiera, que si reduces tu espacio vital hasta esos extremos, el tiempo se convierte en una masa infinita que te devora.

Cuando despertó de la pesadilla, escribió dos líneas en un papel y lo lanzó al océano dentro de una botella.

Al regreso de su estancia en la isla, reanudó su vida cotidiana en Heliópolis.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 16-10-09.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios