viernes, 16 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XIX)

(….) “Hoy es el primer día del invierno, aunque lo cierto es que no se nota nada. Podemos decir, igualmente, que ayer terminó el otoño. Es lo que tienen esas fechas fronterizas demasiado convencionales para que presenten signos fuertes de cambio. Todavía amarillean las hojas de los álamos, barridas por el viento y los árboles de hoja caduca aún conservan un cierto tinte anaranjado, rodeados de coníferas. Ayer vi en el mercado los últimos níscalos, que han venido algo atrasados
por las peculiares condiciones climáticas de la temporada.

Hubo un tiempo en el que yo era un tipo alegre que se entusiasmaba, a veces, con las labores de cocina. Vázquez Montalbán también cocinaba, pero había algo en sus gestos que revelaba un fondo taciturno en su carácter. Si quieres saber algo del carácter de otro, tienes que verlo cocinar.

Ver como maneja el cuchillo, como realiza los cortes, te ayudará a descubrir si es una persona tierna o cruel, minuciosa o descuidada, creativa o aburrida. Algunos sostienen que no hay nada como la relación carnal para conocer a otra persona, yo mismo pensé que era así, pero ahora estoy convencido de que esa experiencia tiene algo de fingimiento, mientras que la actitud y la conducta en la cocina están libres de cualquier ocultación. Ofrecen la espontaneidad necesaria para constituir un buen observatorio del carácter de quien cocina.

Cuando aún era un tipo alegre, los viejos cazadores me regalaban, de vez en cuando, un lomo de venado. Entonces preparaba un panaché de verduras, cociendo cada una por separado y dándoles unidad después con una fritura de láminas de ajo y jamón serrano, a la que añadía los últimos níscalos de la temporada, mientras asaba el venado, solo hasta el punto en que su centro adquiría un tono rosáceo. Después preparaba una salsa hecha con un poco de cebolla frita, ligada con compota de ciruela claudia y me disponía a recibir el invierno en todo su esplendor.

Hoy, sin embargo, voy a comer potaje de garbanzos y mientras escucho la radio me cuentan que un profesor invitado en la Universidad de Georgetown dio una charla en la que ligaba los acontecimientos actuales con la mitología histórica de Don Pelayo y la Reconquista. Se nota que en su infancia --¿Alguna vez fue niño?, no puedo imaginarlo-- leyó muchos tebeos del Guerrero del Antifaz y esa épica rancia ha marcado su carácter.

Busco un periódico para documentarme mejor, pero no va la reseña de esa información. Es mejor el silencio. Así nos olvidamos del cuatrienio negro de Aznar.

Considerando la brevedad de este pasaje de los álamos, me extenderé un poco mas en la siguiente historia relacionada con el país de los cedros.

Hace unos años hice un viaje con mi mujer, acompañados de unos amigos, a Marruecos, el país de los cedros, --pasa por serlo Líbano, pero los bosques de cedros que pudimos ver en el Atlas Medio nos permitieron cambiar de criterio. He tenido la ocurrencia de realizar una entrevista a mi mujer, como si yo no hubiera formado parte de la expedición, para que contara ese viaje desde su punto de vista, y este ha sido el resultado.

“-¿De quien partió la idea del viaje?

-Mira que le dije, no quiero ir a Marruecos, que allí las mujeres no somos bien recibidas. Nada mas llegar, cuando nos acercamos al mausoleo de Mohamed V, Rosa, la enfermera del Peset y yo, solas, que Marc y el marido de Rosa se habían quedado atrás comprándose una chilaba, se nos acercó un moro agitando una cadena en la mano, con gesto amenazador, que aquello no era un simulacro para turistas, no, que si Rosa no se da cuenta y nos largamos de allí, el guardián de la lujosa tumba nos desgracia, venga a darla a la cadena, el tío.

Antes de tomar el ferry para cruzar el estrecho paramos en un hotel de Toirremolinos lleno de inglesas, que hay que ver como se ponían las tías de judías y garbanzos a las ocho de la mañana. Que forma tan rara de desayunar. Total que embarcamos en el Canguro Bruno. No. Eso fue en el viaje a Ibiza, ahora que lo pienso, bueno, como se llamara el barco aquel. La travesía fue de lo mas tranquila, era septiembre, y en esa época el mar está dulce y, zas, nada mas desembarcar en Ceuta, nos encontramos con un sobrino, que hacía allí la mili, voluntario. El mundo es un pañuelo.

Los problemas empezaron cuando llegamos a Fez. Una ciudad con una medina habitada por doscientas cincuenta mil personas. La mayor del norte de África. Un laberinto inextricable de callejuelas, imposible de visitar sin un guía experto.

Marc empeñado en que no necesitábamos guía. Había leído un par de libros. Uno de Naguib Mahfuz y otro de Tahar Ben Jelloun y ya se creía que era Lorenzo de Arabia.

Pero antes estuvimos en Tetuán y Larache. En Tetuán estuvimos en un hotel, guau, de un lujo asiático .Pisabas las alfombras y te quedabas allí hundida y en Larache nos dieron un té a la menta super estimulante. Un vaso de vidrio llenó hasta arriba de té y hojas de menta que aquello nos puso a cien. A Marc solo le faltó la excitación de la teína. Después, claro, tuvo esa bronca estúpida con el marido de Rosa, por lo del guía, y ya no volvieron a hablarse en todo el viaje. En fin, Rosa y yo decidimos ignorarles, por gilipollas, y disfrutar del viaje. Ya que estábamos allí.

No paro de hablar y no le he ofrecido nada, ¿Un zumo de fruta? ¿Un refresco de cola?

--Cualquier cosa estará bien. Un poco de agua, pero, siga, por favor.

--Los dos capullos venían detrás nuestro, cada uno por su lado, con las chilabas puestas y hasta un fez, que se compraron, y Marc llevaba en el hombro a Abdulla, el pobrecito camaleón aquel, todo pintado de rosa. Se lo dije, --no lo compres, hombre, deja al pobre animal. Pero nada, si no lo compra, revienta, que falta de sensibilidad con los animales. Cuando volvimos a la península –entonces ni miraban eso, si no nos entalegan por tráfico de especies protegidas-- el pobre Abdulla se murió, a los quince días.

La medina de Fez era como nuestros mercadillos de los lunes, pero mas grande. Cientos y cientos de callejuelas y plazas llenas de puestos que visitamos con una minuciosidad demorada, con guía naturalmente, no dejamos que Marc se saliera con la suya, de haberle hecho caso aún estaríamos allí, sin encontrar la salida.

Puestos de medio metro, todos con el retrato del Rey de entonces, Hassán II, bien visible, cada uno distinto de los otros. Uno me llamó la atención, por la pinta que tenía el tío de proxeneta hortera, con aquella camisa roja y un cadenón de oro, igualito que un macarra argelino que vi una vez en Pigalle.

En el zoco de las especias los aromas eran muy intensos y los viejos comerciantes hacían sus trapicheos alrededor de los sacos de esas preciosas sustancias, en un patio interior discretamente separado de la algarabía del mercado. Al marido de Rosa, pintor aficionado, aunque con muchas exposiciones a sus espaldas, el lugar le gustó tanto que tomó un rápido apunte. Como dos horas estuvo el tío, que también era un pesado, mientras a Marc se le ponían los ojos de un amarillo siniestro. Luego ese apunte se convirtió en un cuadro, nunca vendido, porque su autor lo conservó para que le recordara que jamás debía volver a viajar con un compañero como Marc.

La medina de Fez resultó ser un viaje por el tiempo. Un paseo por el siglo dieciséis, que decía Marc, siempre tan pedante. Pero también por la España de los cincuenta, con esas mulas cargadas de sacos de harina y haces de leña. Todo a granel, ni un maldito envase. Los chavales te rodeaban para hacerse con el plástico del agua mineral, como si fuera un tesoro. Me encantó el zoco de las telas, con aquellos colores tan vivos, tintes naturales, que las madejas de lana colgaban de las fachadas con unos amarillos tremendos, brillantes; rojos y azules de una limpidez extraordinaria, colores puros, estallando contra la blancura encalada de las casas.

Pero, no le estaré aburriendo? ….

-No, nada de eso, continúe por favor..

-Me llamó la atención el carnicero aquel, con su pie desnudo descansando en el tocón de cortar la carne, con un aire reflexivo y ausente, y los corderos colgando, indiferentes al bullir incesante del mercado que se derramaba, como un río de múltiples afluentes, por las soleadas callejas de la medina.

Cuando terminamos la visita al mercado, salimos por la puerta del viernes, no sin antes curiosear un poco por las medersas, las escuelas coránicas que, entonces, no estaban tan agitadas como ahora.

--¿Adonde fueron después?

--A Marrakesh. Allí las cosas eran diferentes. El ambiente era, ¿como decirlo?, mas distendido, alejado del control religioso mas presente en las noches de Fez, con el muecín llamando a la oración desde el alminar, de viva voz. Sobrecogía su canto en la oscura madrugada de la ciudad dormida.

Nada de asnos en Marrakesh, el vehículo popular era la bicicleta. Unos cientos de kilómetros hacia el sur y parecía que nos habíamos alejado de Fez varios siglos. Un hotel con piscina, nos tirábamos en las hamacas y los amables jóvenes del bar venían con la jarra del té a la menta y allí estábamos tan ricamente, hasta que fuimos a visitar la plaza de Yemma el fna –ese lugar tan bien contado por Goytisolo, que le voy a decir que usted no sepa-- y Marc se empeñó en hacerme la foto esa, en el encantador se serpientes, con ese animal viscoso y gordo, de colorines, deslizándose sinuoso sobre mis hombros, yo, la verdad, le hubiera dado una patada en los huevos a Marc que, además, es de un lento, el tío, para darle al disparador. --Quieta, no te muevas, espera que te enfoque bien. --Porqué no te pones tu, le dije, con el bicho este, y te hago yo la foto, joder.

--Debió de ser una experiencia desagradable...

--Sí. La fiesta que nos dieron en el palmeral estuvo mejor. Allí subida encima del camello, estaba incómoda, la verdad, pero mucho mejor que con la serpiente. Como vas a comparar. Por lo demás, el cús-cús, muy rico, y el tashin, un cordero asado lentamente en un recipiente cónico de cerámica estupendo, con vino y todo. Muy bien lo de Marrakesh, quitado lo del reptil, claro.
Antes de abandonar la ciudad, nos subimos a un cafetín de los que están en las terrazas de las casas que dan a la plaza y masticamos un zumo de naranja con toda su pulpa y por la tarde, probamos el lusch, una bebida refrescante a base de leche y almendra machacada, que nos reconfortó del cansancio propio del viaje. Viajar es el trabajo mas fatigoso que se pueda imaginar. Digan lo que digan.

--Finalizó en Marrakesh el viaje?

--No. Estuvimos en Meknés, en Casablanca, pero se me hace tarde para ir al Corte Inglés. He quedado con una amiga, así que, si no le importa, seguiremos la entrevista en otro momento

--Como usted diga. Le dejo mi teléfono. Me avisa cuando le venga bien. Gracias por todo.

--De nada.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 16-10-09.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios