sábado, 24 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXIX)

TEORÍA DEL IMPERIO. (….) “Las palabras que siguen se escribieron originalmente en los días de la connivencia entre Bush y José María Aznar para la invasión de Irak. y el momento de la reelección de Bush. Al releerlas, antes de publicarlas en el Blog, me he dado cuenta de que están libres de la pasión del panfleto, de que apenas personalizan y su contenido es básicamente teórico, por lo que me ha parecido oportuno ponerles un título coherente con su contenido.”

“El griterío del exterior llega hasta los jardines mas recónditos, virtuales o no, incluido el mío y aunque estoy tratando de reconocerme en el estado contemplativo de una tarde de invierno no puedo ignorar que, fuera, ayer fue el primer el primer martes de noviembre, después del primer lunes –vaya tontería, ¿no?-- y no quisiera quedar al margen sin dar mi propia visión –totalmente innecesaria-- sobre las elecciones en USA que tienen en vilo a la opinión mundial.

El solo hecho de que la inmensa mayoría de la gente corriente esté pendiente de un acontecimiento electoral para el que no está censada –con independencia de a quien se atribuyan los mejores resultados-- ya indica que estamos maduros para reconocernos como súbditos de algún poder imperial.

La bueno de los imperios es que, hasta ahora, todos desaparecen pero sus súbditos les sobreviven.
Seguro que alguien tiene un amigo romano que prepara unos excelentes espagueti a la carbonara, pero el imperio romano ya no está.

'El señor Ibrahim y las flores del corán' es una estupenda película, interpretada por un egipcio que se hizo actor para poder compartir plató con Julie Christie en Zhivago, y ligar con ella, pero las dinastías imperiales faraónicas hace siglos que se redujeron a un asunto de arqueología turística.

En general, cuando un imperio se va, son las élites dominantes que lo edificaron las que desaparecen con el y lo que queda suelen ser meros despojos materiales, pasto para los viajeros futuros aficionados a las piedras.

Si usted se toma un café vienés en la Ringstrasse, solo encontrará algún rastro broncíneo de Francisco José –ese roquero de largas patillas-- que se pavoneaba por Europa con las mismas chaquetas de atrezzo que lucía Elvis en su época mas decadente, para afirmar su condición de jefe del imperio austro-húngaro, pero de ese conglomerado político militar solo encontrará residuos de interés local. En cambio, el vienés que le presente la astronómica cuenta, ese superviviente de las glorias pasadas, es tan real como la disparatada suma que le exigirá por un modesto café.

Los imperios que han desaparecido recientemente, como el británico, todavía conservan, aun después de muertos, una cierta fascinación entre las gentes que vivieron bajo su régimen y le han sobrevivido. Según se dice, los diplomáticos ingleses van por el mundo como si aún fuera suyo, lo que les convierte en los mejores profesionales de la diplomacia, después de los del Vaticano, otro caso de imperio muerto que conserva cierto poder de seducción.

Por el contrario, los nuevos poderes imperiales emergentes, carentes del aparato simbólico explícito que caracterizó a los imperios antiguos, solo disponen de su potencia militar para demostrar al mundo su hegemonía, de ahí que la utilicen a menudo de manera desproporcionada y poco oportuna, porque por encima de las necesidades estratégicas que se declaran para justificar su uso, flota el mesianismo de las minorías que creen encarnar la construcción de un nuevo orden imperial, pero perciben que, sin esas demostraciones de fuerza, el mundo no acabará de asumir su condición de predio dependiente.

Los que están lejos de esa metrópoli tampoco acaban de percibir con claridad cual es su relación con esos centros de poder. Algunos rechazan, desde una posición de legítima independencia, mas o menos virtual, la presión de esa hegemonía. Otros se pliegan, invocando un pragmatismo también discutible, a la voluntad impuesta.

¿Y los ciudadanos de la metrópoli del imperio emergente? Dado que la construcción del entramado imperial es una cuestión de camarillas, o si se quiere, de minorías, es razonable suponer que la gente de a pie no es consciente de que la política exterior de su país es percibida por algunos de sus destinatarios como una agresión imperialista y por consiguiente no entienden la hostilidad creciente contra esa política en las 'provincias' alejadas del centro.

Los aficionados a la historia se opondrán, con razón, al enfoque demasiado simplista –residuos materiales para turistas-- de las influencias de los antiguos imperios en las sociedades actuales. El derecho romano, la decantación de las costumbres, las influencias culturales, artísticas, y demás, que hacen de nuestro tiempo una compleja suma de las influencias de otras épocas, todavía perviven en alguna medida Pero esto no es un tratado de historia, es un desahogo narrativo y se trata de profundizar en los entresijos de los poderes imperiales emergentes.

La condición necesaria para que un poder imperial emergente se consolide, es la connivencia con las élites locales de los dominios que se pretende colonizar. Esa complicidad se establece en el punto en que las oligarquías perciben mayores ventajas para ellas en la sumisión asociativa al poder imperial que en la defensa de una independencia que consideran, desde un pragmatismo cínico, carente de contenido para sus fines prácticos.

Ningún imperio puede funcionar ni consolidarse sin la actitud colaboradora de las minorías locales dominantes, pues si no se asume esa relación de sumisión de buen grado, el coste de obtenerla por la fuerza de las armas en todos los territorios que se pretenden colonizar sería, sencillamente, inviable para la potencia imperial.

En este momento, en España, las declaraciones de los jefes de los partidos conservador y socialdemócrata que definen su visión de las relaciones con la potencia imperial son absolutamente transparentes. Los conservadores reconocen de modo explícito la capacidad de movilización del poder imperial de la potencia dominante y reivindican lo que ellos llaman una política de alianza.
Pero, solo puede haber alianza, cuando existe simetría entre iguales Lo que los conservadores llaman alianza, debido a la asimetría de poderes que se da en todos los ámbitos entre las partes es, a mi parecer, una asociación de sumisión entre el país dominado y la potencia dominante. Una relación de conveniencia entre las élites imperialistas y las oligarquías locales que hacen de esa sumisión un negocio provechoso para ambos.

Los socialdemócratas por su parte, reivindican una relación de Estado a Estado, en un plano mas equilibrado que el puro sometimiento. Conscientes de la presión de los poderes imperiales emergentes, orientan sus alianzas a países o bloques de países que tratan de resistir, como ellos, el predominio absoluto de la potencia dominante, intentando un juego mas equilibrado de la política internacional, basado en la influencia relativa que pueden ejercer –si se cohesionan lo suficiente--
las países que buscan alternativas y tratan de actuar de contrapeso de las ambiciones imperialistas de la potencia dominante.

En ese juego entre minorías locales que buscan alianzas para constituir bloques de mayor peso relativo en el escenario de los conflictos de poder, está la clave de que se imponga o no la supremacía de los poderes imperiales dominantes al resto de los actores, y si estos se enfangan en divisiones internas y no logran constituir un auténtico bloque alternativo que, digamos, se haga respetar, en la medida en que las minorías que prefieren colaborar con la sumisión se multipliquen,
la estructura de poder imperial se verá reforzada, sin necesidad de dedicar grandes recursos a operaciones coercitivas basadas en el uso de la fuerza militar.

Si en ese juego prevalecen al final las minorías locales proclives a la sumisión a poderes ajenos y como consecuencia de ello las aspiraciones imperiales terminan por consolidarse, estaremos en un escenario en el que se impondrá la hegemonía del poder imperial.

Si así sucediera, como en los demás imperios, esa hegemonía solo será temporal. Lo único que podemos decir con cierta seguridad es que, si Estados Unidos resulta ser, finalmente, la potencia dominante del siglo XXI, con el paso del tiempo, las entradas para visitar el Capitolio cuando solo sea un resto arqueológico del último imperio tendrán un precio similar al que cuesta una visita a la pirámide de Keops.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 24-10-09.

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