domingo, 18 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXI)

(….) “Descendí de la barca descuadernada y puse pie en la isla. Las arenas ardientes me quemaban las plantas de los pies y huí del arenal, a saltos, como un marsupial, hasta refugiarme debajo de la precaria sombra de un cocotero. La palmera, amable, dejó caer enseguida uno de sus frutos sobre mi, lo partí ayudándome de una roca y bebí con avidez el agua lechosa del coco, que me pareció deliciosa, después de dos días sin tomar líquidos, bajo la luz inclemente del mar.

Cubiertas las necesidades de sombra y sed me incorporé para otear el paisaje. El agua verde esmeralda de la costa dibujaba una suave y larga curva, ceñida por las arenas de la playa. Los arrecifes emergían mar adentro, como cuchillas de roca salpicadas de espuma, visitados por los pájaros que buscaban su desayuno desde las alturas, meciéndose sobre el aire cálido en sus desplazamientos, sin hacer apenas visible su esfuerzo en el vuelo.

Miré hacia el interior de la isla. Una floresta hirsuta, intrincada y espesa separaba la línea de costa del interior, habitado por una algarabía de chillidos de ave cuyo plumaje, de brillantes colores, se adivinaba entre la fronda.

Me volví hacia la playa y vi como mi barca se hundía, vencidas sus últimas cuadernas sanas por los golpes del mar y no hice nada por recuperarla. Al Oeste, observé una elevación libre de vegetación que parecía accesible y me dirigí hacia ella con intención de coronar su altura y descubrir que había tras ella. En los márgenes del camino encontré plantas que me parecieron familiares. Matas de espliego y manzanilla, tomillo y salvia; gauchas y adelfas, jaras blancas y ginestas amarillas.

Al alcanzar la elevación, el reflejo del sol sobre un cristal me deslumbró. Me hice sombra con la mano, miré de nuevo y vi lo que parecía una cámara de seguridad que enfocaba el objetivo hacia mi posición. Volví a mirar y, a la derecha de la cámara, observé un cartel con letras muy grandes, con el siguiente texto:

“ESTÁ USTED EN TAGOMAGO. ESTA ISLA ES PROPIEDAD PRIVADA DE ERNST HANNOVER. ABANDONE LA PROPIEDAD O PODRÁ SER ATACADO POR LOS PERROS QUE LA VIGILAN.”

Yo ya había sufrido la experiencia de ser atacado por perros. En cierta ocasión tuve que atravesar una valla defendida por perros para embargar los bienes de una empresa quebrada que me debía unos sueldos y salí indemne, aunque con la culera del pantalón perjudicada. Valoré los riesgos. No tenía barca. No podía irme a nado. Tomé un madero que podía hacer las veces de bastón y cogí un puñado de carroña que encontré en el suelo. Armado con el palo y la golosina me sentí mas seguro y decidí afrontar la acometida de los guardianes de la isla.

Cuando el mayordomo de Mister Hannover vio como sus perros comían en mi mano, decidió ser menos hostil conmigo, sin abandonar por ello su pose estirada.-- ¿Quien es usted? ¿Que hace aquí?
¿No ha leído el cartel?

--Siento importunarles, mi barca ha hecho agua en los bajíos, solo necesito un poco de ayuda por su parte y que me indiquen como desaparecer de aquí. Me llamo Klaus. Klaus Berger Lohengrin.

Mientras conversaba con el mayordomo apareció un personaje con aire de venir directamente del siglo diecinueve y se dirigió al mayordomo. --Bartolomeu, déjalo, ya me ocupo yo del señor. Después de hablar con el, te daré instrucciones. Puedes volver a tus obligaciones.

--Mister Hannover?
-No, no. Soy su huésped, Ernst nunca viene por aquí en esta época del año. Esta isla fue propiedad de mi familia y todavía conservo algunos privilegios de uso sobre ella. Fue parte del trato cuando la vendimos. Pero, pase a casa, dúchese. Huele que apesta. Le diré a Bartolomeu que le de algo de ropa seca. Después nos veremos en el comedor y me contará usted como ha llegado hasta aquí. ¿ok?

--De acuerdo.

Cuando recuperé fuerzas, me sirvieron un café y mi anfitrión se interesó por como había llegado yo a la propiedad.

--Pues verá, es sencillo, navegaba con mi barca cuando un golpe de mar me ha acercado demasiado a la costa, he chocado con los arrecifes y la barca ha hecho agua, después, cuando estaba desembarcando, otra ola la ha terminado de destrozar y me ha impedido regresar. Desconocía que esto fuera propiedad privada, aunque, una vez desembarcado, ya lo he visto.

--¿Iba solo?

--Siempre navego solo. Me gusta navegar en soledad. ¿Y usted? ¿Que hace aquí? ¿También le gusta la soledad?

--Tengo obligaciones representativas. Soy miembro del senado y he venido unos días a estudiar un proyecto de ley sobre el que deberemos pronunciarnos en unos días. Me retiro aquí, de tarde en tarde, cuando necesito reflexionar sobre algo importante.

La conversación se prolongó, al tiempo que la botella de Whiskey se acortaba, tomamos unos emparedados y seguimos por la tarde y, sin habérnoslo propuesto, llegamos a un grado de confianza propio de las confidencias. Fue entonces cuando el senador me contó sus recuerdos mas íntimos, a pesar de ser un desconocido. Tal vez necesitaba confiar a alguien sus pensamientos mas ocultos, o no, cualquiera sabe.

“Descubrí el erotismo cuando tenía seis años y Poli, sentada frente a mi en el tren de la bruja, frotó su rodilla con la mía durante unos minutos. Como carecía de información solvente en ese momento sobre las experiencias sexuales centradas en los genitales, esa primera experiencia de la sensación erótica se convirtió en una fijación que le dio una centralidad permanente a esa parte de la anatomía femenina en mi imaginario sexual.

Ahora, en mis viajes por lugares exóticos, soy un ferviente usuario de los trenes turísticos, esos artefactos infantiles que me recuerdan las sensaciones de mi niñez y donde practico con la misma fruición que entonces, siempre con mujeres adultas, con la sutileza que da la experiencia, la frotación de rodillas con las mujeres mas atractivas que usted pueda imaginar.

En mi casa de Madrid, tengo una sala dedicada al culto de ese maravilloso objeto erótico, la rodilla femenina. Reproducciones de titanio flotan como móviles exhibiendo todos los componentes anatómicos de esa pieza deseable. Reciben una luz fría y se mueven empujados por el aire de un ventilador oculto, al ritmo de la música grabada del chelo de Pau Casals. Rodillas de maniquí aparecen ordenadas en los estantes, a cual mas perfecta, con la singularidad de que están articuladas y permiten variar su posición y aspecto.

También conservo rodilleras usadas de deportistas femeninas, colgadas del techo. Conservan el olor de sus propietarias, de gran poder evocador. Hay prótesis de rodillas usadas por jugadoras de golf y fragmentos de huesos de la rodilla obtenidos de clínicas de cirugía estética, que por su peso y morfología evocan a mujeres de dimensiones canónicas.

En el apartado audiovisual, guardo grabaciones obtenidas discretamente en sesiones de rozamiento de rodillas en trenes y embarcaciones, cuyo sonido recoge, en ocasiones, la prueba sonora de la casual caricia, verdadera obra de arte en la sutileza del erotismo que pocas veces se alcanza. Hay, además, una extensa colección de fotos de rodillas de mujer robadas con cámara miniaturizada. Su visionado, combinado con la experiencia táctil que ofrecen las rodilleras usadas, es lo mas próximo a una experiencia física de frotación de rodillas. Ninguna de las piezas de la colección se puede comparar, sin embargo, a aquella lejana experiencia primeriza con la rodilla de Poly en el tren de la bruja”

--¿No le parece un erotismo un poco enfermizo?

--No. Para nada. Naturalmente, no he tenido hijos, no he conocido ninguna experiencia genital ni reproductiva. Lo que puede parecer una limitación excluyente se ha convertido, a lo largo de los años, en un universo de placer sensible capaz de colmar una larga vida.
Confieso que mi condición de persona influyente, con lo que implica de viajes, asistencia a grandes eventos deportivos internacionales y otros acontecimientos sociales, me ha ayudado mucho a elevar el nivel de mi colección. Muchas de las piezas que conservo han sido usadas, o han pertenecido, a mujeres celebres en los campos del arte, la literatura y el deporte de alta competición.

Venga cuando quiera por mi casa de Madrid. Le enseñaré mi colección. Ahora debo dejarle. Mi avión privado va a venir a recogerme. Mañana, debemos dictaminar sobre el contenido de un proyecto de reforma de la constitución. He dado instrucciones a Bartolomeu para que llame al servicio de guardacostas y le lleven al puerto mas próximo. Le agradezco que me haya escuchado con atención. Venga a verme a Madrid alguna vez. Bartolomeu le dará la dirección. Adiós, Klaus. Ha sido un placer conocerle. Y si navega por ahí, hágalo con un barco resistente.”

Me pareció extraño que aquel hombre me hubiera confiado a mi, un desconocido, cosas tan íntimas. Pudo ser la soledad, esa sensación que no tiene nada que ver con las personas que nos rodean, sino que es como una planta de interior que se cultiva sin darse cuenta a lo largo y ancho de la vida, hasta que sus excrecencias se apoderan, insidiosas, de las terminaciones nerviosas y hacen de su huésped un territorio devastado por la incomunicación del que se necesita huir de vez en cuando.

Salí de la isla en la patrullera de la Guardia Civil. Cuando nos alejábamos de Tagomago pensé en aquel personaje que había conocido y me había confiado las peculiaridades de sus intereses eróticos y que parecía venir de otro siglo, cuando caí en la cuenta de que tenía una gran semejanza con el Príncipe de Salinas de 'El Gatopardo', pero en seguida abandoné la idea, alguien así no podía ser senador en el parlamento español, ¿o sí? Tal vez, al barón rampante le habría agradado tener una charla con el..”

CONTINUARÁ


LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 18-10-09.

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