lunes, 3 de enero de 2011

CARTA DE CHINA

"Hola amigos. Estoy en la cama, tiritando de fiebre. He instalado el ordenador aquí mismo, en mi cama, encima de la unidad de proceso he puesto un cenicero, y sobre el cenicero una muñeca hinchable, porque mi mujer se ha ido a China, pero es todo muy inestable, como la habitación aquella llena de muebles de la novela inacabada de Dylan Thomas, que me sirvió para una página del Blog, 'La Conferencia' cuyo nombre casi había olvidado, debe ser de hace cuatro años.

De vez en cuando tengo una crisis de estornudos, que termina con una gota de mucosa líquida destilando desde mi nariz hacia el teclado. Ahora comprendo lo que contaba Fernán Gómez en las últimas entrevistas, que ya no salía a comer con los amigos, porque la dichosa gotita le caía en el plato cada dos por tres. Lo decía sin ningúna traza de autocompasión ni cabreo.

Sucede que estaba yo tomando café tranquilamente en la soleada terraza del Café La Fuente, orientada al Sur como ustedes ya saben, mientras fumaba el cigarrillo de las cuatro de la tarde, cuando una ráfaga de viento polar inmisericorde se ha colado entre los troncos de dos árboles y me ha dejado hecho unos zorros. Por eso estoy aquí, en mi lecho de dolor articular, y me dispongo a contarles el contenido de la carta que he recibido de mi mujer desde China.

(...)

Mi mujer se ha ido a China, por dos razones. Una, que ha descubierto que su afición artesanal a la confección de casas textiles para literas de niños, que antes de emigrar le ocupaba casi todo su tiempo, no solo es un placer estético, sino la oportunidad de triunfar en el mundo de los negocios.

Ahora está instalada en la ciudad fabril mas importante de China, ha alquilado una nave industrial enorme, y tiene trabajando para ella mas de trescientas mujeres, que se afanan en el diseño, corte y confección de primorosas casas textiles para las literas de los niños, por un sueldo de mierda.

Así empezó Amancio Ortega, y ya ven donde ha llegado. Me ha escrito --Amancio, no, mi mujer-- diciendo que tiene toda la producción vendida, que el negocio va viento en popa, que exporta a los ocho continentes, o los que sean. Dice que los chinos son muy amables, obsequiosos, protocolarios, pero, sobre todo, muy serios y cumplen todas sus promesas, no como tú --ha añadido, subrayando la frase.

Y es que la segunda razón por la que mi mujer se ha marchado a China es que encontró en un pañuelo mío, trazas de un pintalabios de la misma marca que el suyo, Ives Rocher, pero de un tono que ella no se pondría ni jarta de vino, y ha reconocido que su propietaria era la presidenta de la comunidad de vecinos.

No lo pensó dos veces, encargó un pasaje de avión por Internet --de hecho lo encargué yo para ella-- con la vuelta abierta, y con la excusa de que iba en misión de prospección y pensaba volver, en cuanto ha visto que su independencia económica estaba allí asegurada, que el mundo de los negocios le ofrecía no solo la libertad empresarial, sino sobre todo, la libertad personal, lejos de la dependencia de un conformista como yo que vive de una triste pensión, y se gastaba la suya en tabaco, me dice, en su carta, que de momento no piensa volver.

Te admiro nena. Admiro tu coraje, tu deseo de libertad personal, pero te echo mucho de menos. Vuelve. Cuando amases tus primeros veinte millones de dólares, vuelve, aunque sea por vacaciones, y los fundiremos, juntos, en Benidorm, en homenaje a nuestros buenos tiempos, que tu sabes que los hubo, coño.

No me ha vuelto a escribir. No hace caso de mis ruegos. Por los viejos tiempos, nena, vuelve. Aquí estoy yo jodido, tiritando de fiebre, poniendo perdido el teclado del ordenador con los estornudos y la jodida gotita de la nariz, en medio de un caos
de equipos, cenicero y muñeca hinchable, que amenaza con venirse todo abajo.

Lo tengo merecido, si. Encima, cuando le pedí a la presidenta de la comunidad que cambiara el tono de su pintalabios, a ver si así podía yo recomponer mi relación conyugal, me mandó a la mierda y se ha liado con el mecánico que se encarga del mantenimiento del ascensor. Porca miseria.

Al menos, ya que me he quedado mas solo que la una, con mi café, mi tabaco, y mi muñeca hinchable, desde aquí le pido al ministro Sebastián, aquel que regaló las bombillas de bajo consumo, después de encargarlas a un grupo industrial al que sigue vinculado, que ponga en marcha un decreto urgente para que las terrazas de todas las cafeterías dispongan de potentes estufas para proteger la salud de los fumadores que hemos sido echados a la puta calle.

Esta medida tendría, al menos, dos claras ventajas en términos de bienestar público. Los gastos farmacológicos y de atención sanitaria de los fumadores exteriores fulminados por el viento polar, se reducirían.

Los Fondos Propios del grupo industrial al que Sebastián sigue vinculado, para eso es ministro de Industria, se reforzarían con el encargo de las estufas, pues su ministerio correría con ese gasto, con el fin de captar algo del voto huído de los fumadores, --de esos once millones de votos, al menos seis, pueden ir a la abstención-- y ya se sabe que lo que es bueno para los grupos industriales y energéticos, es bueno para el país.

Nada de eso, sin embargo, en el supuesto de que se lleve a cabo, y se recupere la integridad de la salud de los fumadores exteriores, usuarios de los últimos reductos de libertad tabaquera, las terrazas de los bares, aliviará la melancolía, la nostalgia infinita por la ausencia de mi mujer, convertida ahora, en uso de su libertad personal, en una firme aspirante a figurar en las listas de las mujeres mas emprendedoras del mundo.

Vuelve, nena, aunque solo sea por los viejos tiempos."

En fin. Carta de China.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 4-01-11.

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