martes, 18 de enero de 2011

DESEQUILIBRIOS (ANTISISTEMA, CABREADOS,VIOLENTOS)

"Los desequilibrios, como los eclipses, pueden ser parciales o totales. Si un desequilibrio es total, y tu eres el sufriente, apaga y vámonos. Otra cosa son los episodios aíslados, incluso sucesivos, sujetos a ciclicidad que, con la ayuda de un buen psiquiatra, algo que no es tan fácil de encontrar, pueden transformarse con tiempo y paciencia, de un episodio psicótico, con su añadido de estigma social, en una simple molestia.

Esto viene a cuento porque ayer, al salir del Aula de Teatro, el comentario poco oportuno de un amigo me llevó a rememorar en público uno de esos episodios, sucedido hace mas de treinta años y, como no reniego de mi pasado, lo relaté con toda naturalidad, aunque no lo habría hecho de no mediar la indiscreción amistosa. He de reconocer que mi amigo, el indiscreto, se portó tan bien conmigo en aquella ocasión, que no lo he olvidado, y le estoy agradecido.

Esta introducción, no del todo necesaria, está en relación con el asunto de la entrada indicado en el subtítulo, pero antes de entrar en materia, seré un poco mas concreto y descriptivo al contar lo que me sucedió ayer.
(...)
La clase de teatro de ayer, consistió en una breve lectura de fragmentos de Ibsen y Valle-Inclán, acompañada de una larga disertación del profesor, en la que precisó que el personaje de la madre de Octavia, la protagonista moribunda de El Yermo de las Almas, es en realidad la Muerte.

Yo no me había dado cuenta de eso, solo percibí una crueldad demasiado franca cuando Doña Soledad le dice a su hija que va a morir y que se arrepienta. Después de esa precisión, el profe calificó mi aventurada opinión de que Octavia es Psique, la bella jóven del mito griego a quien Cupido persuade para que se enamore de dos hombres ruínes, de cultismo, y declaró no tener ni idea de si esa atrevida hipótesis tenía algo de coherencia.

Después, con la lectura de Ibsen, el profesor se extendió sobre la condición naturalista y descriptiva de su teatro, esencialmente burgués, y tal, y, terminada la clase, fumamos un cigarrillo en la puta calle.

Éramos media docena de alumnos, entre ellos mi amigo indiscreto, y un colega muy majo, que ha vuelto hace poco de Bolivia, llevaba un poncho de vicuña precioso, y tiene un aire físico muy particular, que evoca alguna forma de singularidad, vamos, que no es un tipo corriente, sino algo especial.

Al ver el poncho del colega, mi amigo no pudo resistir la evocación de los lejanos tiempos en los que el fue testigo de un episodio de desequilibrio emocional que vivió de cerca, y a mi me cambió la vida.

¿Te acuerdas de cuando ibas por ahí con un poncho y una guitarra, cantando coplas y haciendo cosas raras? No dijo eso exactamente, pero aludió al poncho y la guitarra.

Yo podía haber contestado con un monosílabo y haber desviado la conversación, pero como no me averguenzo de mi pasado, entré al trapo y completé el relato.

Si. La guitarra la compre en el Corte Inglés, me costó tres mil pelas, y recuerdo que cuando visitaba las sucursales bancarias --por entonces era director financiero de un importante grupo empresarial-- interpretaba mis coplillas a los directores de sucursal, hasta que uno de ellos llamó al Presidente del grupo para informarle de que su director financiero no parecía seguir las normas de las relaciones comerciales convencionales.

Si yo hubiera ubicado esa afición sobrevenida en la acera del Corte Inglés, igual todavía estaría ejerciendo de músico ambulante, pero aquella llamada del director del Banco de Valencia --ahora yo soy mi propio jefe en Internet y el Banco de Valencia ni se sabe de quien es-- truncó mi incipiente carrera artística, que es verdad, iba acompañada de algunas excentricidades.

Al oir mi relato, el profesor de teatro comentó --Tuve una amiga a la que le pasó algo parecido, creía que era Dios. Resultó que era bipolar y estuvo internada.

--No es mi caso. Yo también soy bipolar, pero nunca estuve internado. Creía que era Camarón, pero no llegué al nivel de los delirios místicos.

--Y que te pasó?.

--No perdí el trabajo, ni me separé de mi familia, gracias a mi mujer y a un excepcional psiquiatra que me sometió a tratamiento ambulatorio, en mi propia casa. Cuando bajé a la calle después de mes y medio, había envejecido veinte años, apenas podía caminar y llevaba una barba patriarcal. Me dió un buen palo, el amigo Agustín, a base de antisicóticos en vena, pero cuando pasó la crisis, me reintegré a mi trabajo, aunque en otro puesto sin relación directa con las entidades financieras.

Después supe que el Presidente del Consejo se mostró partidario de mi continuídad, tal vez porque en su propia familia había conocido casos cercanos de desequilibrio emocional y sabía lo que era eso, aunque el Director General se oponía.

Estuve diez años mas en ese grupo, ocupándome de la supervisión de las filiales, sin que aquel episodio fuera un obstáculo para nuestra relación laboral y profesional, que interrumpí voluntariamente porque no veía futuro en aquel grupo que, finalmente, desapareció. Recuerdo que el Director General veía en mi una cualidad, que no apreciaba en otros de sus colaboradoes. Usted está vivo, me dijo en cierta ocasión, y ve mas allá de lo que alcanza la mayoría. Lo dijo el, no se si acertaba o no.

En aquel tiempo del poncho y la guitarra, me gustaba visitar la entonces medio derruida casa del novelista Blasco Ibáñez, habitada por gitanos, --conservo un cuadro pintado por un amigo de esos interiores-- estacionar mi R-5 frente a su puerta, sacar una botella de fino y sentado frente a la casa medio derruida, interpretar mis coplas a la guitarra, hasta que los chavales que malvivían allí, y los adultos también, salían al oír el rasgueo de la guitarra y al percibir el aroma del fino, se unian a la fiesta.

No niego que al rememorar aquellos acontecimientos, siento una cierta nostalgia. Tal vez aquel vuelco emocional fue la respuesta a una necesidad imperiosa que yo sentía de hacer lo que me diera la gana, y esa fue la forma de expresarla. Quizás mi rapto de desequilibrio tuviera un componente bohemio y es eso lo que echo en falta. No se.

Mi amigo, el que ha cometido la indiscreción que me ha llevado a rememorar aquella historia, fue el que se acercó a la casa habitada por los gitanos, para recuperar el cheque que yo les di en concepto de alquiler. Al parecer quería quedarme a vivir allí, aunque nunca lo hice."

Quizás me he extendido demasiado, como siempre, tiendo a la digresión. Voy al
núcleo de la entrada de hoy. Tiene su origen en una tertulia que vi anoche en la Sexta, Al Rojo Vivo, que no me parece de las peores que aparecen en la tele.

Seguramente existen antisistema cabreados, cabreados antisistema, antisistema a secas y solo cabreados, tambien están los violentos. Cuando se produce algún acto de violencia y algún político es la víctima, enseguida aparece la expresión antisistema, cuando la que debería aparecer es la de violentos.

Veamos, un antisistema, a secas, según yo lo veo, no es alguien que quiera destruir todo sistema, que quiera vivir en un mundo sin sistemas. Es alguien que se tira a la yugular, sin violencia, del sistema existente, porque lo que ve es un sistema corrupto, corrompido, putrefacto, sobre el que se asienta el formalismo de unas democracias sin contenido real.

Ese antisistema, la intención que tiene es alcanzar un sistema mas justo y libre, mas respetuoso con el medio ambiente, en ningún caso es un nihilista destructor que quiere arrasarlo todo, sino que lo que desea es que funcione mejor, al servicio de los ciudadanos, que su economía sea sostenible, no exclusivamente especulativa.

Un antisistema como Assange, se centra en denunciar las perversiones del sistema, ahora tiene en su cartera los datos de 2000 cuentas bancarias cifradas, un ejecutivo que ejerció en Islas Caimán, eso si que llama la atención, se los da para que los haga públicos. Al parecer sus titulares son políticos y famosos. Hemos de deducir por ello que estos dos se quieren cargar el sistema financiero? Yo creo que no, mas bien atacan la corrupción que ampara ese sistema.

Que tiene que ver eso con que un energúmeno le rompa la barbilla a un político consejero del Gobierno de Murcia? Bueno, pues anoche, en la tertulia de la Sexta, se aventuraba la condición de antisistema de este violento. Una cosa es la violencia física, otra las posiciones políticas y ciudadanas sobre la necesidad de transformar un sistema lastrado por corrupciones y disfunciones.

Luego estamos los jubilados. Yo soy, además de otras cosas, uno de ellos. Cualquiera que se acerque al Blog con algo de curiosidad, comprobará cual es mi opinión sobre la bondad del sistema. ¿Pero a ti no te paga la pensión el sistema ? ¿Porqué muerdes la mano que te da de comer? dirán algunos. Veamos, yo no muerdo la mano para quedarme con los dedos en la boca, solo la rasco con los colmillos para tratar de quitarle la roña. Es otra cosa.

En el fondo, los antisistema, algunos jubiletas, algunos cabreados, no violentos, somos unos jodidos reformistas de mierda, no somos nihilistas, no pretendemos aniquilar cualquier sistema, no defendemos que se pueda vivir sin una cierta sistematización de la civilidad, solo aspiramos a quitarle la roña de las orejas al sistema, para poder vivir cómodamente en el.

El hecho de que la violencia se centre con toda su crudeza en los políticos, con los recientes sucesos en lugares tan distantes y distintos como Estados Unidos, Túnez o Murcia, es un motivo para una doble reflexión. ¿Cuales son los mecanismos, los procesos que generan o estimulan la violencia? ¿Que le pasa a la política que cada vez mas se convierte en objetivo de la violencia?

En lugar de esa doble reflexión, la cosa se despacha con adjetivos, ¿Serán los antisistema? ¿Serán los discursos de la izquierda radical? No, mire usted, son los mecanismos sociales y ambientales que favorecen la violencia, y la falta de honradez de muchos políticos, que la atraen como la miel a las avispas africanas que se comen nuestras abejas.

Es una opinión.

En fin. Desequilibrios.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 18-01-11.

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