jueves, 27 de enero de 2011

DOÑA ELISA Y SUS SIETE FALDAS (3)

"EL Rolls, conducido por Paquito, de quien todo el Estado de Chihuahua sabía que era uno de los hijos ilegítimos de Doña Elisa, apareció en la puerta del burdel a las nueve horas y cincuenta segundos, y rebasó el limite del pueblo apenas unos minutos después.

La mayoría de los maledicentes que bromeaban a costa del origen del chofer de Doña Elisa, ignoraban que era hijo de ésta y de un general gallego que pasó por México D.F. en los años treinta, acompañado de algunos personajes de la CEDA, con la intención de recabar fondos de los financieros mexicanos mas contrarevolucionarios, entre los que se encontraban varios miembros del clan de los Salinas, para su aventura golpista en España.

Si bien aquella misión petitoria no obtuvo buenos resultados, debido sobre todo al escepticismo de los millonarios mexicanos sobre la capacidad política y militar de aquella ridicula misión comercial, que no parecía ofrecer suficientes garantías sobre la rentabilidad de su hipotética inversión, aquel generalito, de tripita incipiente y mirada de reptil, tuvo tanto éxito años después en su descabalada empresa, que llenó el país que le había negado su ayuda de intelectuales exiliados, sobre cuya influencia en la cultura y la sociedad mexicana de los años cuarenta y posteriores, se han escrito docenas de libros, aunque en ninguno de ellos se relata, como es natural, la cohabitación entre Doña Elisa Ochoa y Francisco Franco, el padre de Paquito, su chófer.

--Paquito! sonso...acelere, que me esperan en Popocuactil a mediodía para comer unas enchiladas y hacer las transacciones monetarias en lo de Lorenzo el chino, y ya sabe usted que no me gusta hacer esperar al personal.

El Rolls enfiló un camino endiablado que serpenteaba entre colinas calizas, resecas por siglos de falta de agua, en dirección a las montañas enclavadas en el centro de la ruta del pueblito adonde doña Elisa pensaba incrementar sustancialmente los depósitos que guardaba en sus faldas. El humo de la hoguera del chamán saludó, desde la cima de la montaña, el paso del Rolls por el estrecho desfiladero donde los lagartos e iguanas interrumpían su sueño apacible al sol, huyendo despavoridos ante el estrépito que producía el carro en su ambular por aquel paraje inhóspito, reducto de reptiles arcaicos, hechiceros indios y especies vegetales sabiamente adaptadas
para su supervivencia en ese medio hostil.

Llegados a Popocuactil, donde el chino Lorenzo había preparado a doña Elisa un recibimiento protocolario con asistencia de todas las personalidades municipales, mientras doña Elisa y el chino platicaban bajo el porche de su rancho, el grupo de convidados se enmerdó en una discusión para ver quien se sentaba a la izquierda de la anciana --la silla de la derecha se atribuía sin discusión a Lorenzo-- y la primera moción la argumentó el senador del PRI, reivindicando que, quien sino el, que era el único representante electo del pueblo y el Estado allí presente, merecía ese honor.

Le rebatió el juez, argumentando que, si bien era cierto que ocupaba una senaduría, no había sido con los votos del distrito al que pertenecía el digno pueblo de Popocuactil, que jamás elegiría a un tipo que apareciera por allí prometiendo un puente, mientras el río permanecía seco desde los tiempos de la invasión de los extremeños.

Añadió que nadie tenía mas derecho que él a ocupar ese sitial, pues con su firma se había ejecutado en el patíbulo local a una larga serie de desarrapados, cuatreros, indigentes borrachos, transeúntes, descreídos, sindicalistas, atracadores de bancos, carteristas de ferrocarril, vagos y demás hijos de la chingada que se habían atrevido a desafiar a la justicia de aquel pacífico lugar, en los últimos treinta años.

Intervino el comisario, después de pedir, con todo respeto, la venia del juez, para apoyar su moción y añadir que solo a el correspondía, a su vez, la derecha del juez, pues sin su colaboración, con riesgo de su propia vida, no habría sido posible la larga lista de crímenes perpetrada por el magistrado, y que sin su decisiva ayuda, no se habría mantenido la paz y seguridad de las buenas gentes de Popocuactil, ni se disfrutaría de la bonanza del turismo gringo, al servicio de los negocios cambiarios de doña Elisa.

El farmacéutico carraspeó para aclararse la voz y, con mucho tacto, le recordó al comisario que, si estaba vivo, se debía a su intervención profesional, que le salvó de una muerte cierta cuando al regreso de una expedición punitiva, tuvo la desgracia de ser mordido por una serpiente de cascabel. Con lógica científica, argumentó que, muerto el comisario sin su intervención, al juez le habría sido imposible capturar a los malechores, ergo, era él, en realidad, quien merecía un asiento al lado de la ilustre visitante.

En medio de la confusión que siguió tras la intervención del boticario, se elevó la bien timbrada voz del escribano, quien, en sus ratos libres, dirigía un mariachi que recorría la comarca, y consiguió restablecer el silencio. Intervino con su voz de barítono para recordar al boticario que, cuando llegó al lugar con su título como único patrimonio, fue en su notaría donde se pusieron de acuerdo para registrar a su nombre la propiedad de un finado, que había sido colgado en la noche anterior, y que sin su firma de fedatario público, no hubiera tenido lugar en el pueblo donde ejercer su digna profesión, por lo que reclamaba para sí el mérito que le correspondía, con los mismos criterios de lógica científica que se acababan de exponer.

Doña Elisa, que había terminado su plática con el chino y quien, por cierto, era la que había influído sobre quien debía ejercer como juez, comisario, boticario y escribano en aquel pueblo, y en otros parecidos, y a que senador se debía votar o no en el distrito, entró con su compadre en el salón y, habiéndose percatado del origen de la discusión, se dirigió a Lorenzo.

--Hágame el favor, chino, ordene que pongan una mesa para dos.

--Ustedes --dijo a quienes se habían enmerdado con el protocolo-- se me van a la cocina y que les echen de comer.

--Vamos chino, ya puedes ordenar que sirvan las enchiladas. Estoy hambrienta. Ah... y que traigan una jarrita de licor de cáctus."

(Esta es la tercera entrada de hoy, porque llueve, no apetece salir y no tengo clase. Me habría gustado salir a filmar algo para el reportaje sobre los Árboles Urbanos, pero ese asunto está parado, antes de arrancar, porque ayer no hubo clase de periodismo. Al parecer hay algo de confusión sobre el supuesto traslado del local, arrendado, donde ahora se dan las clases, al ya rehabilitado donde van a continuar. Cada semana nos dan una fecha de traslado, que luego no se cumple, así que no sé.)
LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 27-01-11.

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