martes, 25 de enero de 2011

DOÑA ELISA Y SUS SIETE FALDAS (1)

Entre el montón de mis papeles viejos que nunca terminan de desaparecer, he encontrado el primer capítulo de una novelita corta que ofrezco, en particular, a los usuarios de latinoamérica. La iré transcribiendo en pequeñas dosis, para no desatender la demanda? de los otros usuarios del Blog. En fin. Ahí va. Doña Elisa y sus siete faldas. Acto primero.
(...)

"Ándele Paquito, hijo de la chingada, saque el Rolls de una puritita vez, que no tenemos todo el día, y estoy deseando ver de nuevo a mis muy amados pelaítos, saludar con cortesía a sus mamás y besar en la mejilla a sus tiernos retoños, que la amabilidad y las buenas maneras nunca estuvieron reñidas con los business, y comprobar si es verdadero, como dicen, que esta última feria los gringos han dejado más dólares que nunca en los mostradores de las pulperías y en los secreters de los prostíbulos, --ave maría purísima y virgen de la candelaria, ustedes perdonen el vocabulario de esta vieja, pero ya saben que yo todo lo hago por mis hijos, por Carlos y Guillermo, no por mis nueras, por mis nueras no-- en las fondas, en las cantinas de las estaciones de ferrocarril, en los hoteles y en las agencias inmobiliarias, en las casas de empeño, en fin, en todos los chiringos que visito cada feria , desde hace cuarenta años."

Doña Elisa Ochoa era toda una institución en el Estado de Chihuahua y en los últimos cuatro decenios nunca dejó de recorrer todos los pueblitos que separaban su extensa hacienda familiar de la ciudad fronteriza de El Paso, recién transcurridos los días del feriado anual, bien provista con un par de sacas de pesos, para hacerse con los dólares que los gringos dejaban por esas fechas en manos de sus pelaítos, a quienes entregaba pesos a cambio, mediando en la operación cambista por una modesta comisión del tres por ciento, más el redondeo que siempre caía al ser ella quien fijaba el tipo de cambio en cada operación, eso sí, atendiendo a las circunstancias particulares y familiares de cada caso. Este talento natural para los negocios, unido a su sutil habilidad para el reparto de premios y castigos con la finalidad última de asegurarse la fidelidad de sus clientes, había hecho de ella la mayor autoridad monetaria al sur de Río Grande.

"Paquito, no sea usted sonso y aumente la velocidad de este trasto, que quiero llegar a Chigualpenango antes del anochecer"

Una vez recogida la cosecha monetaria, doña Elisa no regresaba con ella al rancho, sino que la depositaba en el First National Bank de El Paso, de modo que Guillermo y Carlos nunca llegaron a saber, mientras ella vivió, la verdadera dimensión de la fortuna familiar.

El Rolls surcaba los caminos polvorientos a una velocidad cansina, entre las imprecaciones de la anciana, mientras la imagen vibrátil del sol, distorsionada por el calor, comenzaba a descender lentamente en la distancia y la proximidad del ocaso
ponía reflejos verdes y amarillos sobre el cielo de Chigualpenango.

Doña Elisa entrecerró los ojos y se olvidó por un momento de hostigar a su chófer. Siempre comenzaba su ronda cambiaria por este pueblito. Invariablemente, al aproximarse a este lugar, todos los años, la conmovían las mismas emociones. Cerraba los ojos para ver mejor y la figura de Carlos Salinas entrando en la sala del burdel, sus ojos oscuros clavados en su rostro, primero, y después resbalando con una lentitud deliberada sobre cada rincón de su cuerpo, --por favor, señor, no me mire de esa manera-- todavía la estremecían como la primera vez.

Carlos no se limitó a mirarla, sino que le abrió la boca para comprobar el buen estado de su dentadura, como si fuera una ternera de la feria de ganado que se celebraba en el vecino Estado de Sonora y, satisfecho de su exámen, le dio mil pesos a la madame, la cargó en la grupa de su caballo y se la llevó a su hacienda, sin que sus violentas protestas fueran escuchadas.

Al día siguiente, ya en en el rancho, Elisa eligió una nueva forma de protesta. Enmudeció y por mucho que su nuevo propietario trató de conmoverla, no consiguió que pronunciara palabra alguna. Primero lo intentó con halagos y regalos, pero pasaban los días y Elisa callaba. Luego trató de rendirla por hambre, dándole solo alimentos para que no desfalleciera del todo. Pasaban las semanas y Carlos, al límite de su paciencia, daba grandes cabalgadas nocturnas para serenarse y no pegarle un tiro entre los ojos a la terca muchacha que se burlaba de el como nadie antes se había atrevido a hacerlo.

Cuando regresaba de sus locas cabalgadas, Elisa lo miraba con disimulo y se sentía desfallecer ante la belleza salvaje de aquel hombre que volvía con los cabellos revueltos, el torso desnudo cubierto de sudor, y el rostro tostado por el sol del desierto, las largas y fuertes piernas enfundadas en un pantalón de montar, botas de ternero y espuelas de plata taraceadas con botones de azabache, mientras los peones del rancho se apartaban a su paso al percibir, con horror, la cólera de su patrón.

"Ándele Paquito, déjeme donde siempre, lleve el Rolls a la cochera, vaya a dormir al hotel y mañana me recoge a las nueve en punto --ni un minuto más-- y no vaya a hacer el sonso por ahí, que ya sabe que me informan y si se lo cuento a Leonor, a la vuelta es usted chivo muerto. Ah.. y mírele los fluídos al coche, y revise el aire de los neumáticos, antes de venir a recogerme."

(Ni modo. Ni mirará el aire, ni el aceite, y además se irá a chingar con una pelandusca. Estos chivitos, pobrecitos, no tienen reparación. Son todos iguales.)

(Continuará) ../...

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 25-01-11.

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